Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Luis Tristán reivindicado

14/12/2022

Existen personas de inmensa valía, capacidad o mérito que por estar al lado de grandes genios quedan opacadas, la mayor de las veces de modo injusto. Esto es lo que le ocurrió a uno de nuestros más importantes pintores de la escuela toledana del XVII, Luis Tristán, quien, discípulo del Greco, ha sido oscurecido por la alargada sombra del inigualable cretense, del que fue, sin duda, el mejor discípulo. Nacido en Toledo hacia 1585 y fallecido en la ciudad imperial en 1624, Tristán evolucionó hacia un naturalismo tenebrista que le alejó de su maestro y le situó en la estela de otro pintor extraordinario, Caravaggio, cuya obra pudo conocer durante su estancia en Roma. A su regreso de la Urbe, junto a una serie de retratos de gran realismo, se especializó en temática religiosa, destacando, sobre todo, las pinturas del retablo mayor de la colegiata de San Benito Abad de Yepes, posiblemente su obra maestra, unos lienzos que sobrevivieron al desgarro sufrido en el asalto al templo en 1936, siendo 'resucitados' gracias a una extraordinaria labor de restauración realizada por el Museo del Prado.
Es precisamente este capolavoro el que ha inspirado un delicioso libro que, nacido de lo más radical y hondo del corazón del autor, viene, en fecunda simbiosis, a reivindicar al pintor toledano y a su obra, a la par que salda una deuda personal, nacida en los años nunca olvidados y siempre presentes de la niñez. Me refiero al aún caliente, como hogaza tierna de pan recién sacada del horno, Luis Tristán a la vista, publicado en CELYA por Antonio Hernández-Sonseca cuando declina este 2022.
Creo que presentar a su autor es superfluo. Somos muchos quienes, en los diferentes ámbitos docentes en los que ha ejercido su magisterio, hemos podido admirar el amplio acervo de saberes, que no se limitan al que es su especialidad, la Filosofía, de don Antonio. Sus clases destilaban el asombroso conjunto de lecturas asimiladas, reflexionadas, saboreadas sapiencialmente, que a lo largo de sus explicaciones iban brotando, enriqueciendo y embelleciendo estas. Belleza que devenía en monición el día del Corpus, cuando sus palabras resonaban por las calles de la ciudad invitando a contemplar el Misterio oculto en los granos de trigo.
Hernández-Sonseca ha querido reivindicar a un pintor genial, pero a la par, ha querido honrar la patria más entrañable, su pueblo de Yepes, y a la maravilla cobijada bajo las bóvedas –hoy heridas- de la colegial. No es sólo un recuerdo de Tristán, es un desentrañar el sentido profundo de los lienzos, de la hermosura que transpiran, de las historias y la Historia que nos narran. Y lo hace con esa delicada prosa poética, o quizá más bien poesía metamorfoseada en prosa, pero jamás prosaica, que brota como de alfaguara cristalina de la bonhomía de su corazón.
Antonio Hernández-Sonseca, como amante de la sabiduría, se sigue admirando. Y como buen maestro, enseña deleitando.