Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


Otegui

27/10/2021

Cuando Arnaldo Otegui sale a la palestra a contarnos que lo de ETA nunca debió ocurrir en los términos en los que ocurrió, como si se tratara de un fenómeno natural sobrevenido e inevitable, como el volcán de la Palma o la nevada Filomena, no hace más que provocar,- creo que en buena parte de los españoles,-  una cierta desorientación que no es más que la antesala de la indignación absoluta cuando todo se analiza en su contexto. Cuando al día siguiente sale de nuevo a la palestra, ya con la chulería habitual, a proclamar a los  cuatro vientos que si hay que apoyar unos presupuestos para favorecer a los presos vascos…así será, es decir, poner en la calle a los terroristas etarras que ensuciaron el nombre de su tierra durante varias décadas con asesinatos horribles,  el titubeo inicial se torna en una profunda repugnancia y en un deseo irrefrenable de no volver a ver a ese personaje de nuevo como representante de algo en el panorama político español.
Pero lo volveremos a ver, desgraciadamente. Arnaldo Otegui es un ser siniestro y frío, que sigue pensando que su proyecto de Euskal Herria justificaba el terrorismo, es decir, la eliminación física del adversario de esa idea totalitaria, siendo el concepto adversario cada vez más amplio y elástico hasta abarcar a todas las mujeres y hombres, -por ejemplo modestos concejales de distintas ideologías, trabajadores, periodistas, empresarios-, que no se pliegan a la idea y terminan siendo víctimas del tiro en la nuca, el coche bomba, el secuestro o la extorsión. Lo que resulta realmente inquietante es que Arnaldo Otegui siga  actuando en la vida política española. Otegui colaboró y justifico el mayor horror que ha vivido España en democracia, por más que por motivos estratégicos ayudara a facilitar el aterrizaje de ETA de hace diez años, como sostiene Rodríguez Zapatero. Si de verdad siente algún tipo de arrepentimiento, su principal función pública debería ser la colaboración desinteresada con la Justicia para el esclarecimiento de los crímenes etarras que aún están pendientes de resolución, y la retirada total de lo público.
Sin embargo, sigue siendo una voz que cuenta en la vida política española, que es necesaria nada menos que para aprobar unos presupuestos que a Otegui le importan un bledo, ni siquiera para conseguir mejoras para su tierra, solamente como instrumento para conseguir la libertad de un puñado de terroristas. Así de claro lo dijo solamente un  día después de su falsaria declaración sobre los crímenes que apoyó. Como sigue apoyando que en el País Vasco se hagan homenajes a esos criminales o que en los pequeños pueblos gobernados por Bildu se siga haciendo el vacío a las personas que no comparten la fe totalitaria del independentismo, a los que entienden que la libertad y la convivencia es una condición previa a cualquier ideología.
Otegui es la representación más cabal de lo peor que le puede pasar a una democracia, un cáncer, una carcoma corrosiva en el cuerpo político. Sus ideas, por más envolturas amables que se las quiera colocar, son tan arcaicas como reaccionarias. Cuando se cumplen ya  diez años del final de la actividad terrorista de ETA entristece ver como Otegui y todos los de su calaña continúan campando a sus anchas y no están archivados en el cajón de nuestra peor historia en el mismo lugar donde hemos archivados los crímenes de la banda terrorista que sirvió con la pistola y la bomba a los mismos objetivos políticos con hoy sigue defendiendo Arnaldo Otegui.
Cuando se cumplen diez años del final de aquel horror nos queda la satisfacción de haberlo derrotado, con una acción policía y judicial sumamente eficaz, pero también con un cerco social y político que deberíamos recuperar con urgencia a todos los niveles y con todas las consecuencias. Solamente así voces como las de Arnaldo Otegui quedarían reducidas a su justa dimensión, en un rincón de una democracia generosa que derrotó a lo que  él apoyó sin miramientos y que solamente dejó de apoyar cuando consideró que el tiro en la nuca y el coche bomba ya no era lo más adecuado desde el punto de vista estratégico para alcanzar unos fines políticos que aún permanecen intactos en su agenda,  porque en las entrañas de Arnaldo Otegui sigue latiendo el mismo fanático con esa idea  de la Euskal Herria libre que no es más que un infierno insoportable para todos aquellos que no lo comparten o que simplemente aman la libertad por encima de todo. Con tipos así uno no se puede jugar los cuartos.