Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


La infección

04/05/2022

Al independentismo catalán, en horas bajísimas si lo entendemos como eterna matraca de ruptura contra la convivencia de todos, le ha venido de perlas la supuesta trama de espionaje conocida como Pegasus para darse algo de vidilla e intentar, de nuevo, trasladar el griterío de la estelada a las calles. Después, el Gobierno de España ha denunciado que los móviles de Pedro Sánchez y Margarita Robles también fueron espiados. Así, Sánchez se coloca al mismo nivel de víctima que los socios independentistas en una supuesta trama de espionaje global en la que nadie estaría libre de la infección. Los independentistas, sin embargo, no cejan en su empeño de querer sacar partido del turbio asunto.
No deja de resultar curioso, por lo demás, la asombrosa capacidad de instalarse en el victimismo de un colectivo político al que se le están perdonando demasiadas deudas políticas y también económicas en virtud de la necesidad de una aritmética parlamentaria compleja y perniciosa, por más que Pedro Sánchez se empeñe en envolver la extraña mercancía con los ropajes del diálogo. Ellos, sin embargo, solamente dialogan para sacar alguna ventaja, y solamente dejan de hacerlo para romper la baraja, como hicieron en 2017. Después vinieron los indultos y la no reclamación por parte del Estado de los millones que se malversaron en organizar el golpe, dinero que fue reclamado posteriormente por el Tribunal de Cuentas. Más tarde, sin embargo, la Fiscalía del TC ha allanado la vía para que el separatismo no pague el desaguisado en su integridad económica rebajando a 1,2 millones la multa por responsabilidad contable de los líderes independentistas que organizaron aquello, una cantidad a la que podrán hacer frente con las cantidades recibidas de donaciones o colectas. Por no hablar de la reapertura de las embajadas en el exterior. Todo demasiado sencillo, y lo lógico es que así vuelva la burra al trigo.
En este contexto es en el que hay que contemplar lo del supuesto espionaje, y la pobre reacción del Gobierno en defensa de los servicios secretos, es más, la inexplicable integración de los enemigos declarados del Estado en la comisión de secretos del Congreso de los Diputados. Margarita Robles, a la que ahora el Gobierno sitúa como aquejada por la infección, es la que ha dado el do de pecho en la sede de la soberanía nacional: «¿Qué tiene que hacer un Estado cuando se vulnera la Constitución, se declara la independencia, se realizan desordenes públicos y se tiene relaciones con Rusia?. Nunca les he visto defender los derechos de todos, de absolutamente todos. Si tienen dudas, vayan a los tribunales». Más claro agua.
Lo cierto es que el independentismo cobra fuerza mediática, tan apagado como estaba últimamente, y nuevamente estamos ante su archiconocida estrategia de dar la vuelta al calcetín al colocarse como víctimas de una historia en la que generalmente ellos han sido los verdugos, los violadores del orden constitucional, los quebrantadores de la convivencia. Si la infección de los móviles iguala ahora, tras los últimos hallazgos, a los independentistas y a los supuestos espiadores es algo que entra de lleno en la España rocambolesca en la que nos encontramos inmersos. Lo malo es seguir dando armas a los totalitarios del separatismo catalán porque ellos están deseosos de aprovecharlas. En el fondo de la escena, siempre un Carles Puigdemont que sigue enredando y vendiendo exilio donde solamente hay cobardía. Cualquier persona medianamente demócrata será muy dichosa el día que un envenenador de la convivencia pública de este calibre sea puesto ante la Justicia. A ello se llegó a comprometer en algún momento Pedro Sánchez, pero el inquilino de la Moncloa sigue a día de hoy enredado en sus propias componendas aritméticas, pactando con el independentismo, y hasta abriendo las salas más reservadas del Estado a aquellos que quieren destruir al Estado. No es fácil que un país pueda tener una travesía tranquila navegando en medio de semejantes contradicciones. Por otra parte, con medio gobierno haciendo, una vez más, el corro de la patata con aquellos que se sienten víctimas de todos, espiados por todos y siempre, y en cualquier circunstancia, deseosos de sacar la mayor tajada en ríos cuanto más revueltos mejor. Es el mismo río en el que confluyen los populistas y los independentistas, y que ahora se manifiesta en el extraño caso del espionaje múltiple.