Javier Ruiz

LA FORTUNA CON SESO

Javier Ruiz


La saga Delicado

15/09/2022

Tiene cosas la Feria de Albacete que son mágicas, diferentes, únicas. Uno de los personajes que da la tierra y la radio cruzó en mi camino es Manuel Delicado, carnicero de Albacete. Podría ser un mote o apodo; pero no, es la realidad de su oficio. Aparte de que Manolo sería incapaz de hacer daño a una mosca, aunque sí podría ponerse a hablar con ella e incluso domarla. Me honró con su amistad hace unos años en un flechazo de diodos, radio y sonrisas. Cada vez que vengo a Albacete debo darle parte y los domingos de Feria se ha instaurado la tradición de que yo coma en su casa. Y, claro, es como si el marajá de Kapurthala resucitara solo para ello en esas cuatro horas de compañía.
Manuel Delicado es de la estirpe que creció en el desarrollismo, levantó este país y lo llevó a lo más alto. Que nadie antes de hablar de economía y política, olvide cruzar varias palabras con él. Porque pudo tirar de su carnicería hasta que los impuestos y las crisis sucesivas se cruzaron en el camino. Y hasta que la clase política decidió cobrar primero ella sus salarios y luego dejar las sobras al pueblo. Porque ese es el tremendo problema que vivimos en el ocaso de un ciclo. Que no hay para todos y los de arriba han decidido que ellos primero, que las mujeres y los niños se ahoguen y el Titanic se vaya a la mierda. Y, sin embargo, con personas como Delicado o su hijo, España nunca se irá al precipicio, porque guardan la fórmula inveterada que nos duró veinte siglos. La alpargata, el sacrificio y los dientes apretados.
Manolo Delicado es de Férez, de la sierra, y se vino acá a probar fortuna. Es taurino como pocos y tiene en su casa un anticuario de Albacete que ya le gustaría a cualquier museo de la provincia. Pero, sobre todo, guarda su humor, lo lleva dentro, lo utiliza como Valle los espejos cóncavos del callejón del Gato. Para deformar la realidad y hacerla soportable. Por eso en el humor los manchegos somos auténticos. No porque seamos graciosos, que no lo somos ni lo pretendemos; sino por hacer llevable la realidad que se encierra cuando en el horizonte confluyen el cielo con la tierra y vemos lo que se nos ha quedado dentro. Ahí está la clave, igual que en el acordeón. Manolo sacó esta comida de Feria un acordeón a los postres y se nos puso a tocar el repertorio todo de pasodobles taurinos que aprendió de chico. No sabe una letra de solfeo y aprendió de oído. Esa es la madre del Cordero, la generación de Manolo que sin saber música tocó la sinfonía más hermosa que pudo entre sus manos, para parir un pentagrama donde a sus hijos les quedara la ilusión y algo mejor de lo que había.
Porque, claro, luego están los hijos. Manolito Delicado en este caso, la saga perpetúa y continúa. Otro que aprendió la turuta en la banda de música casi de oído. Digno sucesor de su padre, cada Cuaresma me envía puntualmente a la radio una marcha diaria de Semana Santa. Se nos ocurrió antes que a Tangana, pero no tuvimos la suerte que él. Manolito ha hecho por el apostolado nazareno más de lo que él cree, pues sería incontable el número de oyentes que se convirtieron a la fe cofrade escuchando sus marchas. La saga Delicado es la de la sonrisa, el tesón y la belleza, pues no hay nada más bello que tirar del carro y defender lo suyo. Carmen, la madre y la esposa, es venezolana y guisa como los ángeles… A ella le van a hablar de chavismo. Hace el mejor gazpacho de Albacete. Y este año vino la tía de Férez para hacer unas migas serranas de muerte. Porque si hay que morir un día, mejor que sea entre amigos siempre.