Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


Indignados

23/12/2022

Desde que Podemos entró en Moncloa y pisó moqueta, hay palabras que han desaparecido del vocabulario político. No solo han arrinconado el término casta por motivos evidentes: «¿Qué es casta?, dices, mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Y tú me lo preguntas? Casta… eres tú». Tampoco encontramos indignados, ese estado emocional del que se apropió la extrema izquierda para formar un partido. Si esa formación política está en el Gobierno, se entiende que ya no hay ciudadanos con esa condición. El silogismo es sencillo. 
Pedro Sánchez quiere reeditar su particular 15M. La continua evolución que experimenta, más pragmática que ideológica, le está llevando a una podemización con la que ha visto la oportunidad de seguir a partir de 2024. No solo es un acercamiento a las tesis propias de la izquierda más radical. También es cuestión de jugar con el lenguaje, aunque para ello tenga que rescatar palabras con las que triunfaron sus socios. Lo de la casta puede esperar, así que se han puesto a buscar indignados por las calles. En estos últimos coletazos del año, Sánchez los ve por todos los lados. ¿Motivo? El revés -doloroso y pasajero a la vez- que le ha dado el Constitucional a sus precipitadas intenciones de controlar este órgano. Ya no se habla en el metro o en el autobús exclusivamente de lo que pasa en el Consejo General del Poder Judicial. Los viajeros han encontrado un motivo más de conversación: lo que pasa en el tribunal de garantías. Sánchez, tan empático siempre con el que sufre, dice que comprende que hayan vuelto los indignados al espacio cotidiano. En este caso, reserva esa condición añadiendo una coletilla intencionada: indignados demócratas. 
Y ahora sal tú a la calle y haz la prueba. Comprobarás que el presidente tiene toda la razón. ¿Acaso no estará indignado el que se vino de La Coruña a Madrid a comprar un décimo de lotería a doña Manolita? Aguantó más de cuatro horas de cola y ha comprobado con especial desazón que el premio estaba en el restaurante por el que pasa casi a diario. Cambió una parrillada por el bocata de calamares en la Plaza Mayor y ha salido perdiendo. Todo tiene su momento; es cuestión de acertar. ¿No va estar indignado el que vaya a comprar la cena del sábado y el presupuesto apenas le dé para lo más básico? Por muy acostumbrado que esté a estirar la cartera al máximo, a todos nos gusta darnos algún capricho en Navidad. La cesta de la compra se ha encarecido más de un 15% anual, la mayor subida en 34 años, motivo suficiente para que se multipliquen los ciudadanos a los que se refiere Sánchez. Razones hay de todos los colores. Las del que no llega a fin de mes -o a medio mes- y las del que lleva esperando más de un año para una operación quirúrgica. Y cuanto más mundano es el asunto, más motivos encontramos para estarlo. 
Pero Sánchez no se refiere a la indignación cotidiana. La que trata de exprimir viene derivada de un asunto complejo con una lucha por el poder judicial, que es el único que le falta por controlar al Gobierno de coalición y que no se resiste a conseguirlo antes de que concluya la legislatura. De este modo, habrá allanado su camino por si suena la flauta y siguen en Moncloa más allá de 2023. Mientras airean lo del Constitucional y el resto de cambalaches judiciales, nos la han vuelto a colar sin aplicar la vaselina necesaria. Ya es un hecho la derogación del delito de sedición y la rebaja de penas para el de malversación, aunque para Pedro Sánchez esas no sean las razones de una indignación democrática masiva.