«Si pintaran los edificios sin motivo, Toledo no sería igual»

Jaime Galán
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Joan Casadevall es arquitecto de profesión y fue el encargado de realizar el Plan de Color que actualmente hoy rige en las fachadas toledanas. Volvió ayer a Toledo veinte años después, lo que le ha causado gran emoción al ver las técnicas empleadas

Joan Casadevall, arquitecto y creador del Plan de Color del PECHT. - Foto: Yolanda Lancha

No es una figura pública, pero su trabajo ha servido de guía para la ciudad de Toledo desde hace ya veinte años. Seguramente, lo seguirá siendo. Joan Casadevall es natural de Barcelona, arquitecto de profesión, y gerente de la empresa 'Gabinete del Color SL'. Un 18 de enero del año 2002 recibió el encargo de realizar el proyecto para la 'Redacción de la Ordenanza del Plan del Color del Casco Histórico de Toledo en desarrollo del Plan Especial del Casco Histórico de Toledo'.

Como él mismo reconoce, probablemente la mayoría de la ciudadanía desconozca qué es ese Plan del Color. Pues bien, se trata de la clasificación de tonalidades o pigmentos que regulan las fachadas del Casco Histórico toledano. Gracias a su trabajo y a los gestores del Consorcio, la ciudad va restaurando sus inmuebles sin traicionar su identidad, es decir, haciendo perdurar en cada edificio las técnicas originales que elaboraron nuestros antecesores.

Un año después de presentar esta ordenanza, un 29 de mayo de 2003, Joan Casadevall recibió un galardón de la Real Fundación de Toledo por su trabajo. Dos décadas después, el arquitecto volvió a la ciudad imperial para participar en el Congreso Internacional de Revestimiento de Fachadas promovido por el Consorcio y celebrado esta semana. De paso compartió una amable charla con La Tribuna.

¿Cómo se gesta desde cero el Plan de Color de la ciudad de Toledo?

Nosotros nos dedicamos a estudiar los colores de los centros históricos de todo el mundo y lo conseguimos a través de un concurso público. Lo hemos hecho en Sudámerica, la Península Ibérica y otras ciudades europeas. Hay muy pocos especialistas en el color, entonces nos presentamos al concurso y el Consorcio nos contrató para establecer la carta de colores del Casco en ocho meses.

¿Cómo lo hicistéis en ese período?

La metodología se basa en criterios muy científicos, más próximos a la arqueología que a la escenografía, es decir, que tenemos que identificar en un muro los diferentes estratos que ha ido acumulando la historia. Sacamos pequeñas muestras, las llevamos a nuestro laboratorio e identificamos -con una fidelidad del 95 por ciento- no solo qué color era, sino cómo se encuentra su superficie a lo largo de las diferentes fases constructivas, etc. Eso no solo permitió crear un pantone, sino señalar las distintas etapas de Toledo a través de su epidermis. Se aprecia cómo tenían diferentes acabados en el siglo XI y en el XX.

En una ciudad con la historia de Toledo, el proceso tuvo que ser intenso, ¿no?

Nos repasamos 2.500 fachadas de Toledo. Íbamos poniendo chinchetas en un mapa sobre las fachadas en las que creíamos que nos podían ser de utilidad. Entonces, mi sorpresa al venir al Congreso celebrado esta semana ha sido mayúscula cuando he visto que desde el 2002 al día de hoy han hecho todo tal y como lo dijimos. Veinte años después, no han contactado con nosotros y el trabajo está hecho a la perfección, así que debimos de explicarlo muy bien. Me emociona pasear ahora por Toledo.

¿Qué diferencias se ha encontrado entre el Toledo actual y el del pasado?

Realmente está igual, pero mejorado. Se han eliminado chapuzas que se habían hecho en algunas fachadas, como morteros u otros estilos y se ha ido limpiando en busca de su estado original. Nos hemos sentido muy orgullosos al verlo.

Para simplificar el proceso, ¿cómo se hace una carta de colores?

La clave es poder analizar una fachada histórica con diferentes capas y llegar al estrato original. Es tan fácil como eso. Improvisación la mínima cuando estás trabajando con un legado del pasado. Hay que ser muy respetuoso.

Hay que entender esto como una obra en el Teatro Rojas o de un autor como Cervantes. Es un escenario sobre el que mostrar un arte, un hecho artístico. Las diferentes fachadas revisten a las ciudades con diferentes técnicas. Entonces, se establecen los colores con una tecnología pionera en el mundo.

La suerte que ha tenido Toledo es que tiene un Consorcio que supo captar el mensaje como debía. El proceso funciona si los gestores públicos se lo creen y lo aplican con el paso de los años. Si mi carta de colores se mete en un cajón no sirve de nada. Me comentan que de las 2.500 chinchetas que marcamos en el mapa en 2002 ya han rehabilitado la mitad. Para que se entienda, una carta de colores es lo más parecido a un trabajo de arqueología.

¿Hay colores o pigmentos difíciles de recuperar?

Hoy en día ninguno. Lo importante es tener un restaurador, una empresa contratista y dinero. En el momento que tú encuentras un pigmento exacto, sea azul o rojo, recuperarlo es fácil. Así como los ornamentos que acompañan al color. No tenemos muchas quejas en el sentido de no encontrar los colores originales.

¿Por qué es importante no salirse de esa carta de colores?

¿Queremos conservar Toledo o cambiarlo? Se responde solo. Si cambiamos el color cambiamos Toledo. En siglos anteriores también había unas ordenanzas que regían qué colores se debían seguir en cada ciudad.

Los fingidos, muy típicos en Toledo, tuvimos que mostrar en la ordenanza cómo se crean, porque no hay documentación al respecto. No se pueden pintar de cualquier manera, tienen un valor. No son un mueble del Ikea. El problema es que esto no se transmite a la ciudadanía. Necesita difusión. De hecho, esta es la primera entrevista que hago en 20 años.

¿Haría ahora algún matiz a ese Plan de Color que hizo para Toledo?

No. Lo único que haría es hacerlo llegar a la gente. Estoy seguro que muchos toledanos no saben lo que es el Plan de Color. Ahora que sé que el plan se aplica y se aplica bien, lo que hace falta es transmitirlo.

Quizá ese desconocimiento se demuestra cuando estamos acostumbrados a unos tonos ocres y vemos uno más llamativo, del que se duda incluso si es legal o no…

Eso hay que aclararlo y explicarlo. Esa intervención tiene un motivo y se hace así por eso.  Como anécdota, en Barcelona que es donde resido y donde también ofrecemos este servicio, tuve que explicarle a su alcaldesa, Ada Colau, que había unas reglas de color que seguir, porque no tenía ni idea. Cuando la gente aprende a identificar las cosas, qué tiene valor y que no, las cuida más. Se evitan grafitis, por ejemplo.

¿Hay colores típicos de una única ciudad?

La terminología de los colores tiene un abanico muy amplio. Y eso pasa en Toledo. Lo que aquí llamáis rojo es almazarrón. Nosotros descubrimos la terminología toledana a través de ordenanzas antiguas. Hablo de memoria, pero recuerdo el almazarrón porque es el principal, pero también está el mazapán, el verde galiana o el azul greco, entre otros. Aunque los colores estén codificados para que los profesionales los tengan a mano, también es importante tener identidad para que la gente los identifique a simple vista.

Habéis elegido la fotografía en esta ubicación a propósito, ¿por qué?

Porque en este rincón se acumulan 10 siglos. El XI con esas paredes a piedra, ladrillo y el siglo XXI con una pintura restaurada que parece viejo pero no lo es. Si estos dos edificios los pintáramos de colores sin un motivo, Toledo no tendría la emoción que me transmite cuando paseo por sus calles. Tenemos que buscar el signo de identidad cromática de la ciudad en la que vas a trabajar y en Toledo es fácil hacerlo. Cuando hemos ido a Brasil, por ejemplo, es pura improvisación, porque no hay identidad.