Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


Lavanda

12/07/2022

Según la psicología del color, el tono lavanda se asocia con la curación, la relajación, la limpieza y la pureza. Beneficia la calma, la tranquilidad mental, y dicen que es muy útil para la meditación. Cuentan que, en la antigüedad, se recomendaba la lavanda para ayudar a las personas que sufrían de insomnio. Rellenaban las almohadas con flores de lavanda para conciliar el sueño, y descansar mejor por la noche (seguramente, porque no estaban apuntados a Netflix).
Fue por el año 1930, y de acuerdo con el capítulo de colorimetría incluido en el libro A Dictionary of Color, cuando se identificaron tres tonos principales con el color de esta flor: lavanda floral, gris lavanda y azul lavanda. Con todo el respeto a los sabios autores de este ilustrado tratado sobre colores, quizá habría que añadir otra tonalidad: la lavanda alcarreña.
En esta ya, mitad del mes de julio, los campos de La Alcarria ofrecen un espectáculo cromático sin igual. Un alarde de pinceladas primorosas y soberbias, en las que la lavanda ejerce su tiranía sobre cualquier otro color. La tierra, estos días en estos lares, es mar. Mar de lavanda. Aguas moradas con ribetes de espuma violetas y lilas. Olas que convierten estos días a Brihuega, en un puerto de inconcebible belleza. Un muelle que aguarda a los miles de viajeros que, en estos días, buscan la paz y la belleza en clave morada.
Pero antes de que la retina guarde ese espectáculo de luz y color, otros sentidos también disfrutan de ese goce. A medida que el viajero se acerca a ese puerto, el olor a lavanda inunda todos los sentimientos y sensaciones. Olor a frescura, a días de verano recién estrenados. Una fragancia que invade y permeabiliza los sentidos, y que se tatúa en el olfato. Un perfume único, inigualable y envidiado. Como la brisa marina, la lavanda llega frágil y sutil, pero eterna por su permanencia en la memoria de las emociones.
Navegar por los mares de lavanda no requiere de ningún velero. Tan sólo entornar los ojos, y surcar las aguas violetas que inundan la recia y sabia tierra alcarreña. El navegante busca su Ítaca morada  guiado por la lavanda de los vientos. El espejo de las olas refleja el alma de los visitantes. Tierra y mar. Mar y tierra en un solo click, envueltos en las tonalidades más brillantes que regala el cielo y la tierra al atardecer.
Navegar sobre la lavanda es surcar un infinito manto nazareno. La luz penitente del día, con sus dorados y ocres, dibuja un cuadro impresionista de inigualable belleza. Un fotograma de hermosura en el que la lavanda, se inmortaliza con el agonizante día.
La lavanda vuela año tras año y elige esta tierra para brotar y marchitarse. Nos ofrece, en su cita anual, otro calendario para ensalzar lo eterno y la fragilidad de los días que regala la existencia.
Hay morados, y moraos. Bandas y lavandas. La memoria siempre se queda con lo mejor.