Miguel Ángel Sánchez

Querencias

Miguel Ángel Sánchez


Confiar y esperar

09/09/2022

Terminé hace unas noches El Conde Montecristo. De madrugada. Edición de Navona, que tomé a medio camino recorrido con los tomos rojos de Petronio. Me levanté de la cama y dejé el libro junto a la edición que compré de viejo, la Odisea de Gredos y el Anhelo de raíces de May Sarton. Me fijé en las huellas de las manos impresas como un abanico sobre el negro del mueble. Pensaba, escuchaba la respiración de la ciudad dormida con el calor de agosto, en ese momento exacto donde los sonidos descansan por una hora, quizá por un par. Porque pronto desaparecerá el ensalmo, y poco a poco, cada día más tarde, llegará la claridad, la alborada de los clásicos. Y algo se romperá.
Para volver hay que haberse ido. Y este verano ha sido rápido, urgente y limpio. Pero ya es el tiempo del paso de las águilas pescadoras camino del Senegal, de Mauritania... Más allá del Sahara, donde no hay ríos ni peces ni olas. Ayer temprano se lo contaba a Fernando Bernácer en Radio Castilla-La Mancha. Mi hija me miraba como diciendo mi padre no tiene arreglo, qué haces a esta hora hablando de esas cosas… Sí, y las que quedan. Las pescadoras son el primer envite del otoño junto con las noches frescas. Una perdicera en la torreta, volando sobre el embalse de Cazalegas, sobre el Tajo enmarañado en Talavera… Una llamada de Damian: Miguel, ya están aquí las pescadoras… Este año ya no ha podido ser. Y ha sido David, desde su paraíso del Gigüela, un wasap: primera pescadora por la Mancha. Los dos pensábamos en Damian. Siempre volará con ellas.
Ahora, Fernando Franco me recuerda que mañana/hoy vuelvo a La Tribuna de Toledo/Talavera. Hoy parece que empieza todo. Casi todo. O continúa. Esta tarde estoy entre carracas, sisones, avutardas, gangas y ortegas. Bases de datos, sistemas de información geográfica y decenas de miles de hectáreas, censos y cuadrículas. Circo de tres pistas. Pero hay que escribir bajo la luz blanca de los fluorescentes. Ahora saldré a dar un paseo entre el amarillo de los almendros.
Escribir. Me gusta la escena final de El Conde de Montecristo. El barco en la distancia. Siempre un barco. Y el mar. Confiar y esperar. Silencio y tiempo, otra pareja que también emplea Dumas con contundencia. Sí, habrá que escribir este otoño. Y este invierno. Y quizá dibujar. Y volver a estudiar, porque vivir es sorprenderte aprendiendo algo nuevo cada día. Y leer de madrugada. Quizá hay que irse para regresar, o al menos marcar un surco, la besana. El volver. Todo es volver, como las pescadoras, como el relente de la mañana, como los artículos los jueves a última hora de la tarde.