Los magos del agua

M.H. (SPC)
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Los zahoríes utilizan la capacidad que todos tenemos de recibir ondas para encontrar caudales o depósitos de agua subterránea mediante la utilización de objetos tan simples como péndulos o varillas

Los magos del agua

La historia de la humanidad está inevitablemente ligada al agua. Todos los pueblos, a lo largo de los siglos, han dependido del líquido elemento, hasta el punto de que, por ejemplo, algunas teorías achacan la desaparición en América de ciertas civilizaciones precolombinas a prolongadas sequías que les hicieron, literalmente, la vida imposible. La falta de agua que sufrimos actualmente en España (que afortunadamente se ha visto ligeramente aliviada gracias a las lluvias recientes) no parece que vaya a acabar con nuestra forma de vida, pero sí hace pensar que un mayor acceso a caudales bajo tierra podría mejorar la situación (siempre que no se sobreexploten, como lamentablemente está ocurriendo en ciertas zonas).

Y es que las aguas dulces superficiales en forma de ríos, lagos o lagunas han sido siempre la principal y más sencilla fuente de abastecimiento, pero desde antiguo el hombre conoce la presencia de depósitos y corrientes de este líquido bajo la tierra. Y ahí es donde entra en juego la figura del zahorí, al que la real Academia Española de la Lengua define como «persona a quien se atribuye la facultad de descubrir lo que está oculto, especialmente manantiales subterráneos». Es decir, individuos que son capaces de encontrar agua donde nadie la ve.

Una de estas personas, que prefiere no desvelar su identidad, explica a Cultum que ya las legiones romanas viajaban con zahoríes para asegurarse el suministro de agua en las nuevas tierras que conquistaban; e incluso que en yacimientos funerarios del Antiguo Egipto se han encontrado instrumentos que hacen pensar que la práctica de encontrar agua mediante la radiestesia ya era común en esa boyante civilización. Añade que existen numerosos documentos de los que cabe deducir que otros pueblos como chinos, asirios, babilonios, griegos, etc. ya conocían la radiestesia, que en la Biblia se hacen referencias a actividades que parecen indicar que también entre los judíos se practicaba este arte o que en la Edad Media la radiestesia se utiliza en la búsqueda de aguas, minas y tesoros.

Los magos del aguaLos magos del aguaLo cierto es que en ese concepto, radiestesia, está la clave. Según cuenta este zahorí, con varias décadas de experiencia a sus espaldas y centenares de puntos de agua localizados bajo la tierra (a pesar de que su actividad profesional ha sido otra), radiestesia significa «sensibilidad a las radiaciones» y deriva de la palabra latina radius, que significa radiación, y de la palabra griega aisthesis, que significa sensibilidad. Abunda en el asunto y da la definición de Jean Charloteaux en su libro 'Tratado de Radiestesia Física', editado en 1940, que dice así: «Radiestesia es el estudio de los fenómenos de los campos de fuerza de origen eléctrico, magnético y gravífico de la naturaleza que, al influenciar el organismo humano, provocan ciertos reflejos neuromusculares que pueden ser amplificados. Cuando nos negamos a la apertura de nuestra mente y a reconocer que podemos percibir más allá de los sentidos podemos perder una verdad y una realidad más amplia».

Aunque esta descripción puede sonar algo inquietante y hasta cierto punto esotérica, nada más lejos de la realidad. Se basa en que todos los cuerpos emiten ondas y en que las personas, todas, somos receptoras de esa ondas, más allá de que solo algunas decidan utilizar esa capacidad. Los zahoríes, pues, no tienen ninguna aptitud especial, o al menos ninguna que no posean los demás. Simplemente la casualidad, el adiestramiento o una mezcla de ambas cosas les ha hecho darse cuenta de las utilidades que puede llegar a tener esa posibilidad de percibir ondas.

Aclara que para encontrar esa agua subterránea tradicionalmente se utilizaba una varilla en forma de 'Y', que seguramente todo el mundo ha podido ver en películas o libros. Más tarde se extendió el uso de dos varillas independientes o de un péndulo. A pesar de lo que pudiera pensarse, estos instrumentos no tienen nada de especial ni ninguna propiedad extraordinaria. Pueden estar hechos de casi cualquier material, pues simplemente son el canal por el que se hace visible la recepción de las ondas por parte de la persona que los porta.

Los magos del aguaLos magos del agua - Foto: Pablo LorentePero siguiendo con la historia, nuestro zahorí manifiesta que en 1934 se constituyó la Sección de Radiestesia Médica y la Asociación Internacional de Médicos Radiestesistas. En esta época existen asociaciones de esta disciplina en Francia, Alemania, Argentina o Estados Unidos y también se publican revistas especializadas. Según cuenta, en la década de los 40 se usa también durante la Segunda Guerra Mundial y en los 70 -y seguramente desde hacía varias décadas- en la antigua URSS se practicaba el método y quedan trabajos de Sochevanov, Stetsenko o Chekunov, además de datos de otras obras rusas y ucranianas.

¿Cómo funciona?

Sostiene que la radiestesia se basa en que todos los cuerpos emiten unas ondas o radiaciones que el instrumento radiestésico (péndulo, varillas) traduce mediante una serie de movimientos. Nuestro organismo es un receptor que capta las radiaciones emitidas por otros cuerpos y por las diversas formas de energía.

El radiestesista percibe una información de la cual no es consciente, posiblemente a través de la hipófisis y las glándulas suprarrenales, aclara, y de manera inconsciente transmite un impulso eléctrico a los músculos del brazo haciendo que el péndulo gire o se mueva o, en el caso de las varillas, que se abran o se crucen entre sí, interpretando el radiestesista estos movimientos como respuestas. Todos nacemos con esa cualidad, añade, pero no todos la desarrollamos hasta llegar a un nivel radiestésico suficiente.

El zahorí defiende que somos capaces de «sintonizar» con aquella información que queremos percibir en un momento dado, al igual que lo hacemos técnicamente al utilizar un radiorreceptor cuya antena está inmersa en un océano de señales de todo el espectro electromagnético, pero cuyo sistema de sintonía selecciona únicamente la que queremos escuchar. Lo demás, añade, ya consiste en la convención mental que establezcamos en cuanto a cómo esperamos que «reaccione» la varilla (abrirse, cerrarse) o el péndulo (girar en uno u otro sentido) al encontrar lo que buscamos. Todo ello será más efectivo cuanto más habilidades desarrollemos, al igual que ocurre en el adiestramiento de nuestros sentidos clásicos, y también depende de la sensibilidad o el talento propios de cada individuo.

Según explica, con esta técnica, aparte de encontrar agua subterránea, y con la suficiente práctica, se puede incluso calcular la profundidad a la que se encuentra o el caudal que corre bajo nuestros pies. Si para alguien escéptico puede costar creer algo así, aún hay más: sostiene que se puede detectar la presencia de agua bajo tierra a través de fotos aéreas, sin necesidad de desplazarse al lugar que se quiere prospectar.

Y no es el único que piensa así. Hace 25 años que José Luis de la Rosa descubrió que es capaz de encontrar ríos subterráneos, pero a diferencia de otros zahoríes no necesita estar en el campo para sentir el venero, le basta con hacer uso de una aplicación de mapas digitales. Sigue empleando uno de los instrumentos habituales de los zahoríes para percibir la energía del agua, el péndulo, pero lo hace sobre la pantalla de un ordenador o una tableta.

«Pongo el péndulo encima del mapa como si estuviera en la tierra, acerco la imagen hasta donde quiero pasar el péndulo y cuando detecto el venero lo marco», cuenta de la Rosa. Sólo entonces acude al terreno en cuestión para confirmar el hallazgo con las varillas y señalizar el punto exacto en el que perforar un pozo. Se ahorra recorrer hectáreas de terreno infructuosamente y puede ir directamente al lugar exacto en el que, a través de mapas digitales, sintió que pasaba un río bajo tierra.

No se trata de una ciencia esotérica, recalca de la Rosa, simplemente sucede que cuando hay un venero, a la profundidad que sea, esa agua emite energía, y un zahorí lo que hace es captarla. Y como «la energía no sólo está en el plano físico», es posible percibirla a través de los mapas, explica este moderno zahorí.

A sus 50 años, lleva media vida perfeccionando el método con el que ha realizado ya alrededor de medio centenar de prospecciones y todas con éxito, asegura, aunque hasta el momento sólo como afición, haciendo favores a amigos y familiares. Será ahora cuando de la Rosa, que es comercial, está licenciado en derecho y tiene un máster en dirección de empresas, hará uso por primera vez de sus cualidades como zahorí de un modo profesional para la consultora Juan Vilar Consultores Estratégicos, que abrió esta nueva vía de negocio ante la sequía que sufre el campo español.

Su perfil es muy diferente al de los zahoríes tradicionales de las zonas rurales, de los que cada vez quedan menos, pero la sensibilidad es la misma y tiene un nombre, radiestesia, y estos «magos del agua» llevan haciendo gala de ella desde tiempo ancestral. «La gente a veces ataca injustamente a los zahoríes porque piensan que son gente inculta, pero es una sensibilidad que se tiene. Igual que hay gente que tiene una sensibilidad especial para jugar al fútbol o al baloncesto, pues hay gente que tenemos esta sensibilidad especial y hay que trabajarla y dedicarle tiempo», comenta.

«Se puede sacar incluso la profundidad del pozo y más o menos el caudal por la energía que emite el venero y por la experiencia, que va haciendo que afines», comenta. Sostiene que hay mucha agua subterránea: «Hay muchos veneros, muchos más de los que podemos creer, pero hay que saber explotarlos y hay que cuidar el medioambiental para que llueva lo suficiente, no vaya a ser que venga una sequía muy prolongada y esos veneros se sequen», concluye.

 

No solo para encontrar agua.

Según explica el zahorí que habla con Cultum, son múltiples los usos de la radiestesia. Los fenómenos radiestésicos tienen de hecho una explicación de orden físico: cada cosa, desde la materia inorgánica hasta los seres vivos, emiten radiaciones, cada una con diferente longitud de onda. Y asegura que el radiestesista, por medio de sus facultades radiestésicas, puede percibir estas longitudes de onda para encontrar la presencia de eso que está buscando: enfermedades en una persona, oro, objetos perdidos, cualquier diagnóstico sobre terrenos, detección de alteraciones geofísicas, zonas geopatógenas e incluso personas desaparecidas.