Javier Ruiz

LA FORTUNA CON SESO

Javier Ruiz


El alma de Castilla

21/07/2022

Palencia es el alma de Castilla, lo acabo de comprobar en el viaje hecho este verano. Ortega dijo que Castilla era ancha y plana como el pecho de un varón, pero Palencia es el abdomen de trigos y amarillos revueltos entre la mies. Linda al norte con la montaña, que es tanto como decir el diafragma que respira, y se precipita por la meseta hacia el sur de manera torrencial. La cruza el canal del Castilla, que llevaba el trigo al Cantábrico hasta que llegó el ferrocarril. Pero su marca, su estigma es mucho más hondo. Hiende las raíces en la cuna misma de la Historia, donde se mecen las piedras y los condes. Es frontera de la lucha entre los reinos de Castilla y de León, guerra absurda de la Historia, horadada por la mano del hombre. Con la perspectiva de los milenios, cómo se aprecian los cafres del mundo que solo miraban por ellos y buscaban separar para hacerse fuertes en lo pequeño. Sensu contrario, prevalecieron quienes concibieron España y Europa como totalidad, aunque en parte nos costase la vida.
Recorrer Palencia es pasear por la cuna del hombre, la recién parida de la familia. El románico es un arte sacral, distinto al resto, primitivo, ancestral y por eso tan legendario. He pateado palmo a palmo la provincia y he caído en jarras ante sus monumentos. Es el hombre primero, recién salido de la obscuridad. Aunque parezca contrario, el románico es punto de luz después de siete siglos de tinieblas. Roma cayó presa de la complacencia, mientras que el ebionismo reinante, propio de los primeros cristianos, hizo que un manto negro cubriera la tierra. Fue Cluny y su orden rigorista quien comenzó a abrir espacios de luz en vanos cerrados. Y resucitó el camino de Santiago, que era tanto como decir el comercio. Y aunque el románico sigue siendo el arte de la bóveda oscura, el cúmulo y la piedra, supuso un hito esencial en el camino del hombre. Ahora entiendo a la Junta de Castilla y León cuando hace muchos años ideó Las Edades del Hombre. Venir a Palencia es caminar por el delicado junco que atraviesa los siglos.     
Frómista, San Andrés de los Arroyos o Moarves de Ojeda son hitos en el camino de la vida. De este último dijo Unamuno que era la 'encendida encarnación' por el color de la piedra y la llamarada de su espíritu. Dios en Majestad, el Pantocrátor, al lado del Tetramorfo, es la evidencia de un hombre naciente, mecido por el miedo, acechado seguro por fuerzas ocultas. Pero es el niño que gatea mecido en el laberinto del Temor de Dios y que encuentra un ojo o punto de fuga por el que colar el primer rayo de luz. Orar en una iglesia románica es como tener todos los pecados del mundo encima y soportar una losa de siglos. Tuvo que venir el Císter y el hombre gótico para ensanchar la vida y encender las vidrieras que prendieran justamente las almas.
La España rural se muere de desidia y abandono. Y, sin embargo, yo he comprobado este verano que late a media vida, entre morir segura y resucitar mañana. Me dice una monja del Más Allá que estuvo en Toledo y Santo Domingo el Antiguo y que apenas quedan hermanas en la congregación. No es que falten monjas, es que no queda nadie. Y, sin embargo, aquí estuvo la cuna de la civilización, los canastos del Renacimiento. Y uno tiene la sensación de que la Historia se olvidó. Hasta que vuelvan los túneles de la miseria y solo puedan pasar por ellos las criaturas acostumbradas a estas bóvedas de cañón.