La pluma y la espada - Bernal Díaz del Castillo

Una obra en defensa de los soldados de a pie (II)


El conquistador convierte a los hombres que hicieron posible la toma de México en los protagonistas de su relato, ensalzando su valor y resistencia

Antonio Pérez Henares - 19/12/2022

Tras la conquista del imperio azteca, Bernal Díaz del Castillo fue recompensado aunque él estimó que no en la medida de lo que le correspondía y hurtándole las encomiendas de indios que creía debían corresponderle. Fue logrando algunas y el buen trato que dispensaba a los indígenas hizo que el presidente de la Real Audiencia de México, Sebastián Ramírez de Fuenleal, que antes había sido obispo y gobernador de Santo Domingo y La Española, máxima de la Nueva España hasta la llegada del primer virrey, Antonio de Mendoza, lo nombrara visitador general para evitar que se herrasen indios, o sea que se les convirtiera en esclavos. 

 Antes de que don Sebastián llegara, había aparecido y en ese mismo puesto en la Audiencia un tenebroso personaje, Beltrán Nuño de Guzmán, natural de Guadalajara y fundador de su homónima mejicana, y paisano por tanto de Mendoza, aunque de muy diferente y mucha peor calaña. Había sido nombrado de inicio gobernador de Panuco y tenía en principio alguna instrucción de poner cierto coto al poder de Cortés. Don Beltrán entró muy pronto en conflicto con el conquistador, lo que llegó a su punto más álgido cuando fue nombrado presidente de la Audiencia. Intentó inculparle acusándole de haber mandado asesinar en Cuba a la que fue su primera mujer antes del iniciar su aventura mexicana, Catalina Suare, y haciendo que tuviera que dejar México e ir a responder de las acusaciones en España. Con las manos libres, Nuño de Guzmán se lanzó a la rapiña y al pillaje. En Panuco esclavizó, con el pretexto de ser indios alzados, a decenas de miles de ellos. «El aborrecible gobernador de Panuco y quizás el hombre más perverso de cuantos había pisado la Nueva España», escribió de él Vicente Riva Palacio. El obispo de México, el vasco Fray Juan de Zumarraga, estimó en 15.000 los esclavizados en tan solo un año. 

 No se queda tampoco corto Bernal Díaz del Castillo sino que va incluso más lejos quien le señala «la demasía licencia que daban para herrar esclavos, porque daban licencias a los muertos y las vendían los criados del Nuño de Guzmán herrándose tantos que aina despoblaran aquella provincia. Y además desto, como no residían en sus oficios ni se sentaban en los estrados todos los días que eran obligados, andaban en banquetes y tratando en amores y en mandar echar suertes. Si mucho duraran en el cargo, al Nueva España se destruyera».- concluía.

El volumen ‘Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España’, de Bernal Díaz del Castillo.El volumen ‘Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España’, de Bernal Díaz del Castillo.

 No le duró por fortuna. Tan solo poco más de un año. Fue destituido y nombrado de urgencia para la Audiencia el citado Ramírez de Fuenreal, quien empezó a poner orden y designó «oidores que fuesen de ciencia y buena conciencia» y dejó sin efecto los repartimientos y encomiendas que don Beltrán había repartido entre sus próximos. Volvió, además, Cortés, absuelto y nombrado Capitán General de la Nueva España, y viendo que le venían mal dadas y antes que le alcanzara a él mismo el castigo se marchó a una gran expedición hacia el noroeste, al actual Jalisco, en lo que se conoció como la Nueva Galicia, fundando allá Santiago de Compostela, ahora Tepic y Guadalajara. 

 Allí sus atrocidades fueron a más haciendo estragos en las poblaciones indígenas y torturando y asesinando a sus reyes y caciques, como sucedió con el de los michoacanos, Tangaxoan II, que tras recibirlo en son de paz y colmarlo de regalos lo torturó para que le revelara dónde escondía sus tesoros y lo hizo ahorcar después. Sería uno de los cargos más graves que acabarían por imputársele. Pero hasta que pudo juzgársele se estableció en el territorio y allí creyó estar a salvo. Allí acabó por alcanzarlo la justicia real.

Marqués de Oaxaca

Aunque Cortés había intentado ser nombrado máxima autoridad del enorme territorio por él conquistado, hubo de conformarse con el título de marqués de Oaxaca y una pingue hacienda. La decisión del rey fue nombrar un Virrey, que recayó en Antonio de Mendoza y este, dejando paisanajes con Nuño de Guzmán aparte, ambos eran alcarreños, consiguió al fin sentarlo ante los tribunales. El nuevo gobernador de Nueva Galia, Diego Pérez de la Torre, lo llevó a México cargado de cadenas y tras un juicio que duró un año fue condenando y devuelto a España por sus muchos y probados crímenes. Repudiado hasta por su propia familia, murió en prisión en la Torre de Torrejón de Velasco (Toledo).

 Habían sido sus últimos tiempos en el poder en la Nueva Vizcaya cuando apareciera por allí, como un resucitado, Álvar Núñez Cabeza de Vaca y sus tres compañeros, únicos supervivientes de la expedición de Pánfilo Narváez a la Florida, que pudieron comprobar cuáles eran las artes de don Nuño con los indios, pues intentó herrar a los que con ellos venían y que veneraban a Álvar como a un gran chamán.

Lo que contaron los reaparecidos, en particular en Negro Estebanico, sobre unas ciudades más hacia el norte, las Siete Ciudades de Cibola, hicieron que volviera la fiebre por encontrar un nuevo Tenochtitlan y hacia allá salió Vázquez Coronado, el nuevo gobernador, que no halló sino el Gran Cañón y llegó hasta los río Grande y Pecos. Mientras, le estalló en la Nueva Galicia, fruto de los abusos de Nuño de Gúzman una gran rebelión a la que hubo de enfrentarse su sustituto, Cristóbal de Oñate, padre de Juan, el fundador de Santa Fe. Este pidió ayuda y allí acudió y en aquel trance perdió la vida otro capitán muy bien conocido de Bernal Díaz del Castillo, Pedro de Alvarado. Al asaltar un peñón, se le encabritó el caballo y al caer lo aplastó bajo su peso muriendo por ello al poco. 

También le debemos a él su retrato. «De muy buen cuerpo y ligero, y facciones y presencia, ansí en el rostro como en el hablar en todo era agraciado, que parecía que se estaba riendo». De hecho, al comienzo de la incursión española en el imperio azteca, estos lo tomaron a él como a jefe supremo y por su pelo y ojos claros le pusieron el sobrenombre de Tonaiu (hijo del sol). Había sido el primer lugarteniente de Cortés y el responsable de la matanza del Templo Mayor, cuando Hernán Cortés había tenido que salir al encuentro de Narváez que, enviado desde Cuba por Velázquez, venía a prenderle con un ejército al que derrotó en un santiamén pasando muchos a engrosar sus tropas. Alvarado había quedado al mando de Tenochtitlan y Bernal, que combatió muchas veces a su lado, no duda en considerarlo uno de los mejores y más temerarios, pero no oculta su crueldad y lo señala como el responsable de aquella terrible sarracina, aunque deja caer que se produjo por la sospecha de que tramaban una revuelta. En cualquier caso, cuando retornó Cortés, se encontró a la gran ciudad sublevada y solo pudo intentar salir como fuera de aquella urbe en medio del lago convertida en una ratonera. La Noche Triste fue un gran desastre y quedó para la leyenda el famoso salto de Alvarado utilizando una lanza como pértiga para conseguir atravesar, rotos los puentes, las aguas de uno de los canales. Del Castillo no confirma ni desmiente la leyenda. Y lo deja dicho con una razón de mucho peso y muy entendible: «Ningún dado se paraba a vello si saltaba poco o mucho, porque harto teníamos en salvar nuestras vidas». 

Díaz del Castillo había seguido en contacto con él, pues ambos habían acabado por recalar en Guatemala, donde tras diversas gestiones y viajes a España, Bernal había conseguido ser recompensado y que le devolvieran sus encomiendas en Chiapas y Tabasco que le habían quitado durante su expedición por Honduras. Merced a que Alvarado se le había encomendado la gobernación de Guatemala se avecindó en aquella ciudad donde iba a fijar su residencia y llegar a ocupar importantes cargos en ella.

Nuevas encomiendas

Bernal Díaz del Castillo, ya en el año 1542, gozaba de cierta prosperidad, pues recibió en aquella provincia nuevos pueblos en encomienda, y tenía dos hijos, Teresa y Diego, habidos con una india, Angelita, que le había sido regalada por el emperador Moctezuma. Pero hubo de separarse de ella o mejor dicho no hacerlo del todo pero casarse (1544) con la mestiza Teresa Becerra, para que le fueran confirmadas las adjudicaciones, pues esta era hija de uno de los conquistadores de Guatemala y alcalde de la ciudad y viuda de otro español, Juan Durán, con la que ya tenía una hija, Isabel, y que luego le dio otros ocho. El mayor de sus vástagos habidos en el matrimonio santificado, Francisco, sería el que conservaría, pusiera en limpio y permitiera que llegara hasta nuestros días uno de los manuscritos de la Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España que ha llegado hasta nuestros días. Tras un nuevo viaje a España. regresó de nuevo a Guatemala, donde fue elegido como regidor perpetuo de la ciudad en 1551 y, enfadado al leer el texto de Francisco López de Gómara sobre la Conquista de México, comenzó a escribir su magna obra que es el espectacular relato, vivido en primera persona, de lo que fue aquella inaudita y sobrecogedora epopeya. 

Con un añadido tan novedoso como esencial, por defender y ponerse en valor a sí mismo, pone a los soldados de a pie en un primer plano y hace de ellos en no pocos momentos los grandes protagonistas resaltando su valor, su sufrimiento, sus penalidades y su inaudita resistencia. También sus defectos, sus codicias y también sus debilidades y traiciones. En suma, su humanidad.

 Fruto de las gestiones de su hijo Diego, el primogénito, e hijo de la india Francisca, el rey Felipe II le concedió, en 1565, su escudo de Armas y en un siguiente viaje de Bernal a España, en 1567, don Bernal afirmó que ya tenía pasado a limpio su libro, pero no será hasta casi 10 años más tarde cuando este fuera enviado a la Península, según relata el licenciado Pedro Villalobos, presidente de la Real Audiencia de Guatemala, en una carta al rey. Bernal, sin embargo, conservará una copia del manuscrito que seguirá ampliando y corrigiendo hasta casi el mismo día de su muerte, el 3 de febrero de 1584, cuando ya había alcanzado los 90 años de edad. Sus restos reposan en la catedral de la ciudad de Antigua Guatemala. 

 Sus descendientes siguen viviendo en aquella nación y en aquella ciudad incluso. Un presidente de no muy grato recuerdo, Arzú, presumía de ser descendiente suyo y la cerveza más famosa del país, la Castillo, lleva tal nombre en su honor y porque sus dueños también proclaman serlo.