Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


La era del paracetamol

21/07/2022

La sanidad pública agoniza desde que comenzara la maldita pandemia del coronavirus. No sé por qué desde entonces ni centros de salud, ni servicios de urgencias, ni consultorios locales, ni hospitales han recuperado la actividad que suspendieron con dudosas consecuencias durante aquellos fatídicos y largos meses en los que murieron miles de personas en absoluta soledad, muchas de ellas en circunstancias que no se han querido aclarar. Esa es otra historia que, espero, no pase a formar parte de la memoria histórica y sea objeto en estos tiempos de una rigurosa investigación, pese a que políticos y jueces prefieren pasar de puntillas.
Este verano aumentan los casos de covid, se suceden entre vacunados con tres dosis y entre aquellos que se negaron a administrarse pócima alguna para acabar con el virus. Eso sí, se cierran camas en hospitales porque todo el mundo tiene derecho a vacaciones y, si es posible, en la misma época, y nos bombardean de nuevo con mensajes contradictorios.  Así las cosas, la realidad es que han pasado más de dos años desde que nuestra vida se viera sometida a restricciones y a cambios surrealistas y, qué quieren que les diga, acudir a la consulta del médico de cabecera sigue siendo, salvo honrosas excepciones, una quimera.
Lo de la llamada telefónica, telemedicina, dicen, ha venido para quedarse y ocasiona episodios de puro esperpento. Vamos, que lo mismo estás en la calle, en una reunión, en un bar o en el supermercado, cuando te suena el móvil y es el facultativo que se interesa por tus dolencias. En ese momento, no sabes dónde meterte, porque tampoco es cuestión de que las personas de tu entorno se enteren de tus intimidades, que cada uno le cuenta sus dolores a quien quiere. Así que intentas capear el temporal como buenamente puedes y, como mucho, si es posible, mandas una foto. Ante estas incomodidades que genera la medicina moderna, el remedio más recurrente es tomarse un paracetamol, que el médico recomienda con la mejor voluntad del mundo como panacea para aliviar múltiples males y sin escandalosos efectos secundarios.
Recuerdo aquellos tiempos en los que el médico de cabecera te escuchaba, te auscultaba, te metía ese palito de madera en la garganta, con las consiguientes arcadas, y concluía con una receta precisa para una dolencia concreta. ¡Cuánta complicidad se establecía con el galeno! Tanta, que muchas veces solo con vernos sabía cuál era nuestro mal y nuestra necesidad. Eso ha pasado a la historia.
Cuando dicen que se han contratado miles de sanitarios en toda España y que se van a mantener esas incorporaciones pasadas las peores etapas de la pandemia, les aseguro que me hago cruces: ¿por qué no hemos vuelto a nuestro tradicional sistema de salud? ¿Por qué resulta una tarea titánica conseguir que te examine un facultativo? ¿Cuántas enfermedades graves no han sido diagnosticadas a tiempo por ese afán de no coincidir con el enfermo en la consulta?
Ha llegado el momento de reivindicar de nuevo la importancia de la medicina preventiva, de esas campañas que han salvado vidas, de ir al médico, de revitalizar la sanidad pública, de dar servicio a barrios y zonas actualmente dejadas de la mano de Dios y de invertir menos en chiringuitos, viajes u otras frivolidades y más en el cuidado de las personas. También de los mayores. Menos encierros y más salud. Y las fotos, para las vacaciones.