Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


Peonía

21/07/2022

Es curioso ese mecanismo de la mente con el que, sin proponértelo, asocias algo que estás viendo o sintiendo con una palabra o una expresión que ya tienes grabadas en el cerebro y que usas para valorarlo y clasificarlo según tus propias categorías. Son palabras que te llevan a concatenar hechos vividos, recuerdos imaginados, conocimiento aprendido y reflexiones. Un compendio de sabiduría que, si bien no se le puede pedir que sea regular y constante como una ley física, es utilísimo para explicarte a ti misma lo que tienes delante.
A veces llegas a compartir alguna. Las amigas del colegio usamos como código Dona nobis pacem al que recurrimos para identificar algo muy concreto, lo que indefectiblemente provoca un intercambio de miradas cómplices y la risa, porque reúne momentos de instrucción felices y travesuras inconfesables. A quien nos escucha le parece absurdo y nosotras un pelín bobas.
Pues bien, el otro día en un evento de tacones infinitos -entiéndanse de muchos centímetros más que los altos que, con algo de pericia, puedes manejar con cierta soltura- lo primero que me vino a la mente fue peonía. Peonía fue suficiente para reunir el recuerdo de un gran especialista en Relaciones Internacionales, la profesora García Picazo, cuando nos advertía sistemáticamente de la influencia del observador sobre el objeto observado, que es parte de la realidad del sujeto que observa, y como las 'gafas' con las que miras condicionan tu comprensión de las cosas. Es como si quisieras aprehender y tomar conciencia del mundo encaramada en unos tacones, pero precisas un brazo en el que apoyarte, una mano que te guíe y concentrar toda tu atención en buscar con la mirada un sitio donde sentarte con tus prejuicios y sin ánimo para desafiar lo convencionalmente establecido.
Peonía me trajo la fragancia de los perfumes elaborados con sus flores. Flores que embellecen los jardines chinos y que fue considerada durante siglos la flor nacional de China por asociarse a la abundancia y la buena fortuna hasta que, al decaer en el siglo XIX la solidez de su imperio basado en el aislacionismo y sucumbir al poder de las potencias occidentales, fue reemplazada por la flor del ciruelo que es un símbolo de resistencia y perseverancia frente a la adversidad.
Momento que se refleja en las obras Pearl S. Buck, que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1938 «por sus descripciones ricas y verdaderamente épicas de la vida campesina en China». Viento del este, viento del oeste fue uno de los primeros libros de mayores que leí de la bien provista biblioteca de mi madre. Recuerdo cómo me impresionó el hecho de que la diferencia cultural fuera un gran obstáculo para la convivencia y, en particular, la referencia al vendaje de los pies de las niñas para que fueran bellamente pequeños como la flor de loto, a la vez que se aseguraba que permanecerían en casa sentadas y trabajando.
Otra de sus novelas, Peonía, con personajes atrapados entre la tradición y la modernidad, se resuelve de manera que la esclava Peonía sale ganando, a mi entender.