Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


Días felices

22/12/2022

La infancia es nuestro hogar. Todo lo demás son recuerdos. Es una reflexión que me viene a la memoria cada vez que llegan estas fechas, que temo y celebro a partes iguales, porque quién sabe si algún vacío marcará las próximas. En fin, que para mí la Navidad es la de mi niñez, con la familia reunida, abuela, primos, tíos. Padres. En nuestra casa del Poblado, en torno a una mesa o dos, que no cabíamos tantos, con manjares de esos que solo se degustan una vez al año. Porque en Nochebuena se tiraba la casa por la ventana.  Siempre con mesura. Y se cantaban villancicos o coplas y se veía la tele. Y se jugaba a las cartas. Éramos felices. Bonita velada. Inolvidable y, por desgracia, irrepetible.
Supongo que la nostalgia indeleble de aquellas fiestas familiares, no solo tiene que ver con el paso de los años, sino con el brutal cambio que han significado estas fechas marcadas por el derroche, tanto en consumo como en ornamentos. Chabacanos. Excesivos. Que se ríen de ese ahorro energético que nos exigen a los demás. No sé si en mi infancia, ni siquiera en mi adolescencia, había luces de Navidad en las calles. No me importa, no me dejaron huella, al contrario que los bocatas de calamares del Tropezón o ese despertar a la vida que se iniciaba en el instituto, cuando creías que podías comerte el mundo. Se ha mantenido la machacona cantinela de los niños San Ildefonso, que nunca fueron dados a traer fortuna a nuestra familia, que ese día 22, celebraba el cumpleaños del padre y de la abuela. Ahí empezaba nuestra fiesta.
Esos gratos recuerdos existen. Son. Forman parte de nuestras vidas. Y no se imponen por decreto. Y los que tuvimos una dulce infancia, hemos aprendido que, después, la vida te va dejando heridas, a veces difíciles de cicatrizar, que marcan tu futuro. Y que nos toca sortear con la grandeza de la experiencia.
En estas fechas que para algunos no significan nada y para otros llegan a ser profundamente amargas, quiero reivindicar, precisamente, la libertad para que cada cual viva la Navidad a su manera. No nos afanemos en construir una ficticia felicidad, que ese sentimiento surge naturalmente en cualquier época del año. Ligado a una familia o, por qué no, a una soledad deseada. Mi solidaridad con quienes huyen de las compras estresantes, con precios desorbitados, y de las agobiantes aglomeraciones, salpicadas por musiquilla cansina. No sé si existe el espíritu de la Navidad, pero si alguien no lo encuentra, dejémosle que viva en paz, por Dios, que tampoco es cuestión de colocarnos un gorro de Papá Noel si no nos da la gana.
Son días de emociones encontradas.  De altibajos. Esto no ocurre con quienes mandan en Toledo, que nunca nos defraudan. Por desgracia. Y aunque no quería referirme al tolonismo, no descansaría estos días si no alzara la voz ante las sospechosas pretensiones del equipo de gobierno socialista, y del tránsfuga, en Vega Baja, basadas en un proyecto que desconocemos y sin presentar un Plan de Protección obligatorio en una extensión tan valiosa. Reivindico ese espacio maravilloso que formó parte de mi infancia y que tengo el privilegio de contemplar cada día cuando me levanto. Forma parte de ese Toledo que debemos legar intacto a nuestros hijos. Seguiremos luchando. Feliz Navidad, queridos lectores.