Personajes con historia - Séneca (II)

Muerte y huella del filósofo


Antonio Pérez Henares - 13/06/2022

Durante ocho años Nerón parecía tranquilo, pero en realidad estaba cada vez más harto de la tutela tanto de su madre como de su tutor. Comenzó a rodearse de jóvenes consejeros, encabezados por Petronio, un elegante, y Tigelino, un matón, que hicieron de la adulación su arma de conseguir complacer al César y de socavar la influencia de Séneca y Burro. Lo que ellos le decían alimentaba, al tiempo que su vanidad, su idea de que se estaba limitando tanto su poder como sus dotes artísticas. Con celeridad se instaló en su cabeza y se desbordó en sus comportamientos que, si era el Emperador y era además alguien dotado de genio y capacidad para alcanzar la gloria personal, no podía permitir que se pusiera límite ni a su mando, ni a su ingenio, ni aún menos se le coartara seguir y hacer, sean estos cuales fueran, sus deseos y voluntad, dado que era César y divinidad. Y Séneca fue pasando de admirado maestro a estorbo insoportable.

 Al filósofo no le faltaban enemigos. Tampoco envidias ni asuntos pasados que sirvieron para enturbiar su prestigio. Ya estaba algo desgastado por casi una década de ejercicio, aunque fuera muy discreto, del poder. Tampoco ayudaron acusaciones sin sentido, como la de acostarse con Agripina, como antes sucedió con su hermana. Hubo otras que sí hicieron mella, como su enorme riqueza, que en efecto muy estoica no parecía, fruto de su acierto en los negocios, algo para lo que demostró estar muy dotado. Le sacaron de todo, hasta un empalagoso escrito al liberto favorito de Claudio, buscando el perdón de aquel. Pero sobre todo su proverbial riqueza, sus maravillosos jardines y sus fastuosos banquetes hicieron mella en la opinión de Roma y le sirvieron a Nerón, inductor último de la campaña, que ya no solo tenía celos de su prestigio y fama intelectual, sino también de sus riquezas, de las que decidió apropiarse, pues no iba a consentir que también en ello le superara.

 Pero antes tenía que acabar con su propia madre. Y las profecías del caldeo y de su padre se cumplieron. El monstruo salió a la luz. El primero en perecer, sin embargo, no fue ella, sino su hermanastro Británico, el hijo de Claudio al que había suplantado y arrebatado el imperio. Al detectar una cierta aproximación de su madre a él lo mandó asesinar durante un banquete. Tras ello, Agripina fue obligada a abandonar el palacio imperial. Después, Nerón asesinó a su último y joven amante, al que le obligó a hacerle una felación para decirle luego: «Que venga ahora mi madre y bese a mi sucesor». Lo hizo degollar instantes después. 

Muerte y huella del filósofoMuerte y huella del filósofo Popea Sabina, la hermosa amante de Nerón que anhelaba la boda que la convirtiera en emperatriz, fue ya determinante, pues veía en Agripina un enemigo a eliminar y a Nerón no hacía falta animarle mucho. Este la intentó envenenar en varias ocasiones, pero ella era muy versada en tales artes y lo evitó. Luego, lo intentó haciendo caer el techo de la habitación donde dormía, pero lo descubrió a tiempo. En otra ocasión, pretextando una reconciliación, la invitó a una cena íntima en un barco y aunque ella acudió, no tardo en comprender que la intención era hundirlo con ella dentro y escapó a nado. Pero Nerón no cejó en el empeño, así que la acuso de conspirar contra él y ordenó su ejecución. Punto y final. O punto y aparte.

Y llegó su hora

Muerta Agripina, fue a por Séneca. Pero antes, disimulando su intención, hizo que Burro y él hicieran una campaña exculpatoria de su persona y Séneca escribió una de las páginas más infames de su existencia. Una carta al Senado justificando la ejecución de Agripina y dando veracidad a su supuesta conspiración contra él. Aquello se volvió contra el filósofo, al que muchos calificaron de hipócrita y miserable, y le hizo perder gran parte de su crédito personal y político. Con ello se volvió más vulnerable y, consciente de su debilidad y ya con 58 años, cuando Nerón ya hablaba con sus nuevos cortesanos de librarse cuanto antes de él, le pidió permiso para retirarse por completo de la vida pública, que le fue concedido, y hasta le ofreció su fortuna, aunque esta de inicio no se aceptó. 

Decidió entonces poner tierra por medio y se marchó al sur de Italia, pensando que fuera de su vista y de Roma Nerón quizás le dejaría vivir en paz. Lo dejó un par de años que le dieron para escribir su maravilloso ensayo y obra cumbre, Cartas a Lucilo.

 Pero Nerón no se había olvidado de su tutor. Un intento de envenenamiento frustrado llevó su marca de emperador y cuando se destapó, esta vez una verdadera conspiración contra él, la de Pisón, aprovechó la ocasión e hizo incluir a Séneca entre los conjurados, sin prueba alguna de que lo estuviera. Lo hizo también con otros patricios a quienes consideraba peligrosos, sobre todo si eran ricos, de cuyas fortunas quería apoderarse, pero Séneca fue su objetivo principal. En el año 65, ya cumplidos los 61 de vida, fue condenado a muerte. El tribuno Silvano, avergonzado de tener que ser él quien le llevara la notificación, pues él sí era uno de los verdaderos conspiradores que no había sido descubierto, se la hizo entregar por otro. Un patricio romano, al recibir tal condena imperial, tenía la costumbre, y en cierto modo el privilegio, de proceder a suicidarse. Y es lo que tras meditarlo decidió hacer Séneca abriéndose las venas, pero su achacoso cuerpo y su mala salud de hierro se resistieron y ni aún con un refuerzo de cicuta consiguió el objetivo hasta que al fin fue llevado a un baño caliente y allí, por el mayor fluir de la sangre y los vapores que exacerbaron su asma, expiró al fin.

Suicidios en cadena

No fue el único de su familia que lo hizo en aquellos infaustos días. Su segunda esposa, Paulina, y también sus dos hermanos, que tenían también puestos de cierta relevancia en Roma, se dieron muerte. Galión, que fue gobernador y quien envió a San Pablo a Roma a ser juzgado, y Mela optaron por hacerlo también. Este último, un hábil mercader, era el padre de aquel a quien Séneca más amó: su sobrino Lucano, a quien el había prohijado y educado cuando vino con su familia a residir en Roma. Lucano fue un portento desde muy joven y laureado como un excelso poeta desde su más temprana edad. Entre sus obras destacan, Iliaca y sobre todo La Farsalia, la epopeya que cuenta la guerra entre Pompeyo y Julio César. Su talento chocó con la envidia de Nerón, quien primero lo agasajó y llenó de honores y luego, como tenía por costumbre sabiéndolo superior, él también quería ser poeta, lo aborreció y le prohibió el realizar lecturas publicas de sus obras. Detenido igualmente a causa de la conspiración de Pisón en la que él sí había tenido que ver, fue condenado también a muerte y se suicido al igual que su tío, cuando tan solo contaba con 26 años de edad. 

 De aquel tiempo, hispano así mismo y muy vinculado con Séneca, que le otorgó su protección, fue el también poeta Marcial, el único que logró salir vivo de aquella época tan peligrosa y donde el mayor riesgo estaba en la cercanía a los propios emperadores y sus familias. Este, natural, de Bíbilis (Calatayud), y uno de los vates satíricos más renombrados del mundo antiguo, los sobrevivió a todos, aunque no le faltaron zozobras y miserias al quedarse sin el amparo de los Séneca. Llevó una vida errante y bohemia después, hasta que en la Roma de Tito y Vespasiano adquirió fama y alguna fortuna que perdió después. Pero, a la postre, la fortuna lo acompañó. Una dama admiradora de su obra le regalo una finca y una hermosa mansión en su localidad natal, a la que volvió y donde hasta el fin de sus días vio pasar, escribiendo, las jornadas como había imaginado y soñado hacer desde siempre. Lucio Anneo Séneca no cayó en el olvido. Ha sido sin duda uno de los autores más recordados y admirados junto a los griego Platón y Aristóteles de toda la Antigüedad Clásica. Su fama superó incluso los momentos más oscuros y aumentó en la Edad Media por todo el mundo cristiano, en especial la Europa Continental. Fue menor en el mundo anglosajón, pues sus ideas filosóficas se percibían compatibles con el cristianismo, aunque su presunto acercamiento a esa religión no pasa de ser una invención interesada y muy posterior a sus obras. 

Un legado imborrable

No se le olvidó tampoco entre los pensadores occidentales más destacados del Renacimiento y la Edad Moderna, como Dante, Petrarca, San Agustín, Chaucer, Erasmo de Róterdam, Montaigne, nuestro Quevedo, Descartes, Diderot, Rouseau o Balzac. En el siglo XX sus ideas sobre la igualdad, la justicia y la equidad fueron igualmente muy valoradas y enseñadas. Es en este XXI donde el conocimiento humano no parece ya digno de estudio, cuando quizás su figura y en cierta medida la de cualquier filósofo parecen querer ser arrojadas por modas tan estúpidas como pagadas y ensoberbecidas en su propia imbecilidad y presentismo al cubo de los desperdicios. En el de no reciclable, claro está. 

Aunque, cosas veredes, amigo Sancho, resultó que tras el éxito de la película Gladiator, las Cartas a Lucilo y Las Meditaciones, de quien puede considerarse su continuador en la Roma clásica el emperador Marco Aurelio, estoico como él, tuvieran una gran acogida en Estados Unidos. Aún hay esperanza, pues. 

ARCHIVADO EN: Roma, Senado, Siglo XX