Editorial

La España solidaria brilla a la espera de la 'España oficial'

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La cajera del supermercado que, conmovida por sus caras de cansancio, paga la cuenta de un retén de bomberos forestales; el ganadero que cede parte de su terreno para que paste el ganado de aquel a quién el fuego todo se lo ha quitado; el famoso chef que se calza las botas y aparece con su equipo en la zona para dar de comer a los bomberos y a los afectados… Estos son los ejemplos más mediáticos de la enorme ola de solidaridad que se ha desatado al ver media España en llamas. Y es que el español tendrá, como pueblo, mil defectos, pero en la tragedia, en la situación desesperada, siempre presta su hombro -y lo que tenga a mano- para tratar de paliar un poco la desgracia del compatriota. Ahora han sido los incendios, pero no hace no mucho fue el volcán de La Palma, con ciudadanos ofreciendo trabajos y casas para empezar de nuevo a aquellos que lo habían perdido todo bajo la lava. Y antes fueron las riadas, la sequía, las nevadas, los grandes accidentes -imposible olvidar por estas fechas a aquellos vecinos de Angrois tirándose a las vías del tren con sus mantas bajadas de casa para socorrer a los heridos del siniestro ferroviario-, o incluso los atentados terroristas. Es en esos trágicos momentos cuando la solidaridad vuelve al foco de la actualidad, pero no hay que olvidar, por ejemplo, que España bate cada año el récord de trasplantes, lo que ha convertido al país en una referencia internacional. Así es esa España callada, la del día a día, la que a veces parece muy alejada del Parlamento.

Sin embargo, por muy loable que sea esa solidaridad ciudadana, que nos engrandece como país, no debe ni puede sustituir al Estado, que ante situaciones así no tiene que ser solidario, sino protector, justo y diligente. Los miles de afectados por las llamas necesitan una intervención urgente para intentar recuperar su vida. Ayudas inmediatas que sean una realidad lo antes posible y que vayan más allá de las buenas palabras y de las promesas. No se puede dejar a nadie atrás, como repetía una y otra vez el Gobierno en la pandemia. Un eslogan aplicable ahora a aquellos que venían avisando de lo que iba a suceder con los montes y los bosques de la España Vaciada si se seguía legislando a sus espaldas, despreciando su sabiduría sobre el terreno para caer en brazos de quienes no han pisado el campo en su vida, pero dan lecciones de ello y marcan la agenda medioambiental con el beneplácito de los políticos. Hay que ayudar a toda esa gente que ha luchado cuerpo a cuerpo con las llamas con sus propias manos para salvar sus casas, su ganado, su vida, y hay que hacerlo lo antes posibles, evitando que la maraña burocrática enfangue todo. Que le pregunten a algunos vecinos de La Palma que siguen enfrascados en el papeleo, mientras las ayudas 'oficiales' siguen sin llegar.