Óscar del Hoyo

LA RAYUELA

Óscar del Hoyo

Periodista. Director de Servicios de Prensa Comunes (SPC) y Revista Osaca


Bandas

22/05/2022

Lleva días inquieto, huidizo, con una sensación de inseguridad que le empuja a deambular solo, a pasar desapercibido e incluso a esconderse. Su nombre se ha vinculado con la muerte de otros dos jóvenes y presiente que, más pronto que tarde, sus enemigos querrán venganza, ese ojo por ojo que fundamenta la sinrazón de una espiral de violencia entre bandas juveniles que parece no tener fin.

Alejandro pasa la mañana en las inmediaciones de las antiguas vías del tren del madrileño barrio de Los Ángeles, una zona del distrito madrileño de Villaverde frecuentada por grupos de grafiteros, donde se trapichea con droga y se organizan quedadas para hacer botellón. Está absorto, ensimismado mirando en el móvil vídeos de TikTok, y cuando se quiere dar cuenta ya está rodeado por una turba de conocidos que le estaban buscando. Apenas sin mediar palabra, comienzan a golpearle, con cintos y puños americanos. El chico trata de huir de ese aquelarre de furia y ensañamiento, pero se tambalea y cerca de un descampado le asestan dos puñaladas en el abdomen y la espalda, dejándole malherido tras proferir varios gritos, y huyen del lugar. Alejandro deambula varios metros en busca de auxilio, pero la hemorragia es importante y cae desplomado sobre la acera de la calle de Alcocer, justo delante de un supermercado, donde varios transeúntes hallan el cuerpo ensangrentado y avisan a emergencias. Pese a los esfuerzos del Suma, las maniobras de reanimación no evitan que el joven de 18 años pierda la vida. La irracional guerra abierta entre Trinitarios y Dominican don't Play se cobra una nueva víctima.

La alarma social que se ha generado tanto en la capital como en distintas provincias de todo el territorio nacional por el incremento de muertes y agresiones entre miembros de bandas latinas es enorme. Sólo en la Comunidad de Madrid y a lo largo de los tres meses que lleva en activo el plan de actuación contra este tipo de organizaciones, la Policía ha detenido a más de 430 jóvenes, ha decomisado casi 300 armas y ha identificado a 45.000 individuos. La finalidad de este operativo es acabar con una escalada violenta que no tiene precedentes. Los últimos siete arrestados son todos ellos adolescentes, de entre 14 y 17 años, y pertenecen al grupo que acabó con la vida de Alejandro. El autor material de los hechos es el de menor edad.

La proliferación de las bandas juveniles es un fenómeno que viene de atrás. Importadas de EEUU a principios de siglo, este tipo de organizaciones muy jerarquizadas se caracterizan por el uso de una violencia desmedida, tanto a la hora de integrarse en ellas, con pruebas en las que el aspirante debe tener que soportar tremendas palizas o cometer diferentes clases de delitos y así evidenciar los méritos suficientes para formar parte de la banda, como cuando una vez se está dentro, escalando posiciones de manera proporcional a la gravedad o al impacto que tienen sus acciones criminales. Hace años que una de sus mayores señas de identidad, la vestimenta, ha pasado a un segundo plano. La estética, con colores, tatuajes y símbolos identitarios, era fundamental, pero ahora, sin embargo, tratan de ocultarla, con el objetivo de pasar desapercibidos ante las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, aunque luego en sus reuniones clandestinas y en los numerosos vídeos que suben a internet muestren toda su parafernalia.

Este fenómeno se ha enquistado en la sociedad con un marcado aumento de los niveles de brutalidad. Las redes sociales se han erigido en una nueva herramienta de captación que, al mismo tiempo, sirve para espolear una actitud enfermiza que sólo genera mayores dosis de violencia. 

Uno de los grandes problemas que se está detectando es que cada vez son más jóvenes los chavales que entran en las bandas. Chicos de 11 y 12 años, generalmente procedentes de barrios humildes y de familias desestructuradas -aunque hay un cambio de tendencia en este aspecto-, que encuentran en la pertenencia al grupo el lugar en el que aumentan su autoestima, se sienten parte de ese algo que llena un enorme vacío de desesperanza desencadenado por la marginalidad, la falta de oportunidades y el desarraigo extremo.

A las puertas de una discoteca cerca de Atocha, Jaime, de 15 años, sale corriendo portando un machete de considerables dimensiones, un objeto que puede adquirir cualquier menor sin ningún problema. Hay carreras, idas y venidas, y en la refriega cae súbitamente tras recibir una puñalada en el corazón.

Son muchas las asociaciones que trabajan desde hace años para tratar de apartar a estas pandillas de las acciones violentas, bajo el leitmotiv de que es mucho más importante establecer los cimientos para prevenir el problema, con una apuesta decidida por la educación en valores y por fomentar alternativas vitales -como pueden ser el deporte, la música o el arte- para estos jóvenes vulnerables, que actuar de manera contundente cuando ya es demasiado tarde.