Rosa, Valentín y Joaquín, acogidos por Cáritas

J. Monroy
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Ella está a la espera de que su hijo tenga el NIE y pueda trabajar, ellos del ingreso mínimo. Hasta entonces no dudan en agradecer a Cáritas desde su techo, hasta las sonrisas

Rosa, Valentín y Joaquín, acogidos por Cáritas - Foto: David Pérez

Viendo las energías y las ganas con las que Rosa Molina muestra la segunda planta del Albergue para Personas sin Hogar de Cáritas en Toledo, pocos dirían que se trata de una mujer de casi ochenta años a la que no le queda nada. Bueno, en realidad le queda su familia, la ayuda de Cáritas Diocesana y su alegría y ganas de vivir. Rosa es amable y atenta, se le ve una persona responsable. Solo tiene palabras de agradecimiento para quienes la cuidan. Se emociona cuando recuerda su Caracas natal y si pide algo es que se aceleren los trámites administrativos para que Edudardo, el hijo que vive con ella en el Albergue pueda trabajar. Ya le han llamado, pero necesita papeles, explica.

Entre lágrimas, Rosa explica que fue la situación política de su país la que hizo perder a sus cuatro hijos el empleo. Pero lo peor fue la falta de comida y medicamentos. Dos de ellos vinieron para España en busca de otras fronteras. Eduardo la trajo a Toledo. Él es conductor de autobuses y trailers y sabe que habría encontrado trabajo mejor en Canadá, por ejemplo, pero optó por España por el idioma.

Y en España también solicitan conductores, de hecho hay empresas que se han interesado por contratarlo. Pero los trámites legales se le están haciendo demasiado largos a la familia. Gracias a Cáritas, Eduardo consiguió una primera entrevista, «donde fueron muy amables y muy cariñosos». Pero la segunda, para conseguir el NIE, no será hasta el 12 de diciembre de 2023. Entonces, tendrá que esperar seis meses más para poder trabajar, como están esperando su hermano Daniel y su sobrino Samuel.

Hasta entonces, a falta de ingresos, Rosa y Eduardo están en el Albergue de Cáritas en el Casco desde el 17 de julio. «¡Ojalá que puedan adelantarse estos asuntos, para que los inmigrantes podamos trabajar, pagar nuestro alquiler y estar como debemos!», desea ella. Aunque en Cáritas «estamos muy bien atendidos, nos ofrecen las tres comidas, una sonrisa y las gestiones para empadronarte o para la salud; hasta la educación para prepararnos». Así que, comenta, «esto es maravilloso, esto es una bendición de dios estar aquí. Uno tiene su techo, todo cómodo, siempre nos dan buenos consejos, siempre nos ayudan, tenemos nuestra comida y nos cubren todo, hasta el cepillo de dientes».

La vida de Rosa, por lo tanto, a sus 79 años, es muy parecida a la de cualquier otra persona en una vivienda de alquiler. Los hombres están arriba y abajo y, en planta del medio, separadas, las mujeres. Cada una tiene su habitación y comparten baños y cocina. Ellas limpian su piso, a Rosa le toca los jueves, y hacen la colada. El resto, se lo agradece a Begoña, que les trata muy bien.

Cuando no es jueves y tiene que estar limpiando, Rosa se levanta, desayuna y se pone a leer o a caminar con su hijo, al sol, que es bueno para los huesos. Estos días de buena temperatura, reconoce, «son maravillosos». Mientras tanto, los más jóvenes, como Eduardo, participan en cursos y tienen incluso un psicólogo a su disposición. Ellas y ellos comen por separado. «El día a día es así, salimos, leemos, estudiamos, vamos a la biblioteca... tenemos las actividades que buscamos y el apoyo de Cáritas, que es maravilloso», concluye.

Los varones. Pero en el Albergue de Cáritas son mayoría los varones. Como Valentín, nombre que ha escogido uno de ellos para su próximo bautizo, a los 63 años. Él es rumano, capitán de barco, y dice haber estudiado y conocido muchas religiones durante su vida pero «no me ha convencido ninguna, solo la religión católica, porque Cáritas está abrazando todo el mundo, al lado de los pequeños, las mujeres y los ancianos».

Valentín, tras la separación con su mujer, toledana, acabó en el Albergue hace ocho meses «tras una historia un poco larga y triste, porque estoy solo en este mundo, con dios».  Allí «te sientes como en una segunda casa, tienes una segunda familia, en el Albergue puedo decir que comes mejor que en casa, gracias a personas como Virginia, Diego, Luciana y Cruz, que hace una comida maravillosa».

Valentín tiene ahora dos objetivos: que le llegue al ingreso mínimo vital «para poder ponerme en pie y hacer mi vida»; y lo quiere hacer con su nuevo nombre, Valentín, bautizado por fin.

Su compañero, Joaquín Escolar, ha estado viviendo en Novés con su madre, hasta que ella falleció en agosto. Cuidar de ella le impidió encontrar trabajo y sin su pensión, Joaquín se quedó sin nada. Fueron los médicos de Toledo y Torrijos los que le llevaron al Albergue. Él también está a la espera del ingreso mínimo vital, solicitado desde allí, «para solucionar mi vida y salir de aquí». Siempre ha trabajado en la jardinería y la vigilancia, esas son sus otras dos opciones, si es que encuentra trabajo. «Estoy buscando una solución a esta situación y hasta entonces, estoy muy agradecido a la gente de Cáritas, que me ayudan, me apoyan y me van animando».