La crítica -
Por Juana Samanes
El confinamiento provocado por la pandemia hizo que muchos directores de cine aprovecharan ese tiempo para escribir historias, uno de ellos fue el británico Sam Mendes que decidió, suponemos que inconscientemente dado que los cines estaban cerrados, recordar la grata experiencia que era, y es, acudir a una sala y contemplar una película en las condiciones óptimas sintiendo su magia. El resultado lo encontramos en El imperio de la luz.
Ambientada a principios de los años 80 en un precioso cine clásico enclavado en un puerto costero inglés, la película sigue los pasos de Hillary, la gerente de ese lugar, que lucha contra sus problemas de salud mental hasta que empieza a trabajar allí un atractivo joven de raza negra, Stephen, y ambos conectan.
El imperio de la luz habla implícitamente de la soledad en la que viven inmersas tantas personas y, metafóricamente, de la luz que otras impregnan a sus vidas cuando hacen su aparición, es el caso del joven Stephen cuando conoce a Hillary. Esa idea es bella y, también lo es, la sensación que experimenta la mujer de pertenecer a una extraña familia junto con los trabajadores del cine. Es por ello, que todas imágenes que se desarrollan en el recinto cinematográfico son muy hermosas.
Lo que resulta algo más increíble es el presunto flechazo que experimentan Hillary y Stephen a pesar de la diferencia de edad. Sobre todo en el caso del joven por la mujer en edad madura. Se puede justificar en que ambos son dos personas bondadosas que solo desean el bien del otro, pero resulta algo difícil emocionarte con su singular historia de amor.
Otro aspecto importante de la película es el tratamiento rozando el idealismo, que Sam Mendes ofrece de la enfermedad mental de la protagonista solo entendible cuando conocemos que, vagamente, está inspirada en sus propias vivencias con su madre. En ese tono positivo se comprende también su defensa del poder curativo de la música, el cine y el sentido de comunidad.
Como es usual en este cineasta, aprovecha la película para introducir un toque social, recordando los años finales de los 70 y principios de los 80, que él ha afirmado fueron un período de gran agitación política en el Reino Unido, con políticas raciales muy incendiarias