Ramera de sentimientos

I.P.Nova / Toledo
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Federico Aguado, Eva Marciel y Javier Collado interpretaron ayer, bajo la dirección de Jesús Castejón, una majestuosa comedia con tintes melodramáticos que entusiasmó al patio de butacas 'La Puta Enamorada'.

 
A palabras soeces, interpretaciones brillantes. Parece que algo que se llame La Puta Enamorada puede derivar en un texto tosco, en ocasiones vulgar, e incluso arrabalero; pero no hay nada como subir tres grandes actores al escenario, y ponerle mucho cariño a un libreto, para reconvertir una ramera de palacio en la dama de los sentimientos.
A telón subido y a calzón bajado comenzó la producción de Jesús Castejón. Una dama y un sirviente ríen y chismorrean. La dama, en verdad es puta (perdonen las expresiones pero de adjetivos mal sonantes y desaliñados va el juego), pero cree en el amor. Bajo su corsé, está una fabulosa Eva Marciel que sabe agarrar con fuerza el papel para convertirse en la dama recién llegada y delicada que se espera de ella. A su vez, asoma su faceta de descarada comediante que, con lengua viperina, destroza corazones de lacayos y reyes. Fresca, enérgica, y con buen culo, absolutamente necesario para la escena, la Calderona, como se apoda su personaje, brilla con luz propia en todas sus caras y sentimientos. Su gran momento: un monólogo sobre los orgasmos de los hombres, adecuado, brillante, breve y lleno de ironía que levantó el humor del palco.
A los pies de la Calderona, un camaleónico Javier Collado interpretando al  siervo de Doña María, que es como se llama a una casquivana tras acostarse con un rey. Aunque su papel sea el del bufón de la escena sabe jugar al despiste. Encapota de risas un papel mucho más elaborado, plagado de sentimientos encontrados que no saben otra cosa más que terminar arrancando por su apariencia más visceral.
Y a los quince minutos de representación aparece en escena, en una vuelta a casa por todo lo alto, Federico Aguado. El actor interpreta a un resentido e intransigente Diego de Velázquez, encargado de pintar un retrato a la mismísima amante del rey. Su Velázquez, rebosante de carácter y genio, no parece el de un pintor que se postra ante los pies de un rey en decadencia. Y es que, Aguado aparece en escena para dejar rastro y que sus mil caras queden retratadas como si del reflejo de su mejor cuadro se tratara. En escasas ocasiones tras el lienzo, el pintor deja de ser (en esta obra) el que observa para ser quien siente y deja todo por un simple roce de mejillas. 
Del drama a la comedia, pasando de puntillas por la tragedia. La Puta Enamorada es correcta en su escenografía, jugando con los reflejos, como si de un cuadro se tratara. Sin artificio, se queda en eso, decorado, para que los personajes brillen a escasos metros del público cuando, incluso, en algunas escenas se bajan al patio de butacas. 
Ambición, traición, arte, supervivencia, deseo... Y el amor, esta puta es simplemente la reina del amor. Centenares de sentimientos se entrelazan en un texto que toma la temperatura al Siglo de Oro dejando ver, una vez más, que pueden pasar los siglos pero la visceralidad de España sigue haciendo que las putas se enamoren y los pintores de la corte caigan a los pies de la plebe. Al espectador del Rojas sólo le queda arrodillarse ante Chema Cardeña y hoy, si quiere, disfrutarlo otra vez.