Cuando la noche se tiñe de luto

J. Guayerbas | TOLEDO
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La Virgen de la Soledad abre los cortejos procesionales y devuelve a la ciudad las estampas de antaño. La tradición castellana recorre un año más las calles y plazas con el recogimiento y la sobriedad de la Semana Santa más pura.

Certero estuvo Gustavo Adolfo Bécquer cuando confesaba en uno de sus artículos para ‘El Museo Universal’ que atraído “por esta dulce melancolía, decidí pasar estas solemnidades todos los años en Toledo”. El genial poeta escribe así de la Semana Santa toledana, la misma que comenzaba este viernes, el de Dolores, con la Virgen de la Soledad por las calles del centro.

 «Caía grave en el silencio la voz de bronce de las horas», continúa el poeta sevillano para describir las mismas estampas que ahora, cuando han pasado más de cien años, se mantienen fieles a la tradición y al legado de aquellos cofrades que en el siglo XVII recibían de la autoridad eclesiástica la licencia para venerar en el Convento de La Merced a la Virgen de la Soledad.

Las puertas de la parroquia mozárabe de las Santas Justa y Rufina abrían puntuales a una de las citas con mayor arraigo y sabor de la Semana Santa local. Más de un millar de mujeres formaban las filas que preceden al paso de la Soledad, la virgen castellana de la Semana de Pasión.

La sección de tambores del Cristo del Descendimiento abría el cortejo procesional junto a la cruz de guía flanqueada por dos faroles. Como un río de luz, las hermanas de luto riguroso avanzaban por la Plata, Cardenal Lorenzana y Navarro Ledesma. Un mareo entre el público rompía el recogimiento de la noche en la plaza Amador de los Ríos, y minutos más tarde, una bronca de tono elevado repetía la escena, aunque sin empañar el discurrir del luto por Nuncio Viejo, Hombre de Palo o las Cuatro Calles.

Para la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad este Viernes de Dolores era de estrenos. El paso lucía con una luz diferente gracias a la nueva candelería y la imagen procesionó coronada con una diadema del taller de orfebrería que Joaquín Ossorio regenta en Sevilla.

Cincelada en plata sobredorada y donación de una hermana afín a la actual Junta de Gobierno, la diadema presenta piedras ónix -cuarzo negro- y seis rosas de pasión repujadas en plata en su color. Sin duda, una joya de la artesanía para la Virgen de la Soledad cuyas camareras y responsables del atavío han decidido suprimir la estola bordada que hasta ahora pendía de los hombros de la misma, un error y una falta a la iconografía original de esta imagen que ojalá recuperen para la procesión de este Viernes Santo, 3 de abril.

La escuadra de ‘armaos’ volvió a acaparar miradas y flashes. La tradición crece, y en esta ocasión desfilaron 14 de las 27 armaduras del siglo XVII propiedad de la hermandad. La música fue responsabilidad de la banda municipal ‘Ciudad de Toledo’ dirigida por Fernando Egea. El himno nacional y ‘Mater Mea’ de Ricardo Dorado recibían a la Virgen de la Soledad en el dintel del templo. Durante el recorrido no faltaron las marchas de corte fúnebre como ‘Réquiem por un músico’ de José López Calvo.

La vicealcaldesa Paloma Heredero, junto a las concejalas del equipo de Gobierno María Teresa Puig y Ana María Saavedra, así como la portavoz del Grupo Municipal del PP, Claudia Alonso, y las ediles Ángela Moreno-Manzanaro y María del Valle Arcos, ocuparon la ante presidencia del cortejo.

El sacerdote y párroco mozárabe de las Santas Justa y Rufina, a la par que delegado diocesano de Hermandades y Cofradías, José Antonio Martínez, presidió la procesión arropado por José Antonio Jiménez ‘Quillo’, consiliario de la Junta de Hermandades, Cofradías y Capítulos, así como por el cofrade comprometido y párroco de Méntrida, Juan Carlos López, entre otros. En la noche, tampoco faltó el recuerdo a María del Carmen Moya, presidenta de la hermandad fallecida este 3 de marzo.