Al fin pudo ser

J. Guayerbas
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El Cristo de la Misericordia quiso y pudo. La hermandad de Santa Leocadia regresó a las calles sin tener que mirar al cielo. El sol acompañó en un Viernes Santo pleno, sin amenaza de lluvia

La virgen de la Caridad en el difícil caminar por las escaleras de Padilla - Foto: Yolanda Redondo

Nueve son los primeros escalones que la cofradía de Santa Leocadia debe salvar para poner sus pasos en la calle, y nueve es el número al que la interpretación bíblica ha atribuido el final y el comienzo de una etapa simbolizado por el paso de las unidades a las decenas. Nueva etapa que el Viernes Santo llegaba sin agua con una jornada plena y todas las cofradías toledanas en la calle tras varios años de procesiones truncadas.

El Cristo de la Misericordia quiso y pudo. Puntuales, los nazarenos y penitentes de túnica burdeos marcaron con sus faroles el itinerario a seguir en un año muy especial para la hermandad de Pablo Garcés, el del XXV Aniversario de su refundación. Redoble de tambor, himno nacional y los rayos del sol iluminaban ya al imponente crucificado castellano sobre un rico monte de clavel rojo salpicado por iris morado.

«Más despacio, más suave». Las indicaciones del capataz en el interior del templo anunciaban la salida del Cristo de la Misericordia, que el Martes Santo realizó el recorrido hasta la Catedral Primada para sumarse al Vía Crucis de la ciudad presidido por el arzobispo, Braulio Rodríguez Plaza.

Un Cristo y una Madre. La Virgen de la Caridad fue recibida entre ovaciones y a los sones de la Banda ‘Ciudad de Toledo’ dirigida por Emilio José Ibáñez. La primera marcha, ‘Mater Mea’ de Ricardo Dorado, discípulo de Manuel de Falla y Joaquín Turina. Esta partitura fúnebre dio, si cabe, mayor sabor a la salida de la dolorosa para la que también se interpretaron piezas como ‘La Madrugá’ de Abel Moreno o ‘Madre Inmaculada’ de Germán Reollo, impulsor y director durante cerca de tres décadas de la banda municipal de música, fallecido a finales de 2009.

El esfuerzo de los cargadores, o lo que es lo mismo, el milagro de las escaleras de la plaza de Padilla, despertó en el público ovaciones sentidas con momentos de emoción, al igual que los vividos por los fieles que desde sus balcones rezaban y alcanzaban a tocar el ‘patibulum’ de la cruz sobre la que yace Jesús crucificado.

La deferencia que la cofradía tiene cada año con las hermanas de Santo Domingo el Antiguo acercando los pasos al pórtico del templo monacal, y una ausencia, la de Paco de Lucía, que desde sus balcones, ahora desiertos, conoció en el anonimato permitido la Semana Santa de Toledo, son de esos detalles que hacen grande a una hermandad como la Misericordia.

Una representación del Cristo de la Espina de Talavera de la Reina, con su bandera, acompañó como es tradición a los cofrades de Santa Leocadia en un Viernes Santo especial, el de sus bodas de plata y los paraguas olvidados.