La familia de amigos de Jesús

I. G. Villota
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>Este cacereño ingresó en Parapléjicos en 1985 tras sufrir un accidente de tráfico a los 20 años. Hoy roza los 50, acaba de ser padre de una preciosa niña que se llama Camino

La familia de amigos de Jesús

Once años después de la inauguración del Hospital Nacional de Parapléjicos en 1974, Jesús ingresaba en el centro de referencia de España en lesiones medulares. La historia que cambió su vida empieza en 1985 cuando tenía 20 años. Un accidente de tráfico le dejó a una silla de ruedas. Este extremeño tuvo que abandonar su casa en el municipio de Montehermoso, al norte de la provincia de Cáceres, para desembarcar en Toledo. «Llegué un par de meses antes de las navidades y recuerdo la sensación de pasar esas fechas aquí», comenta. Su voz y su ímpetu al hablar de la experiencia ofrece muchas sensaciones salvo la de tristeza. «Compartía habitación con otros dos chavales y nos apoyamos mucho», explica, añadiendo que «nuestro objetivo era ser independientes más allá de la silla y los médicos y el resto de profesionales empezaron a darnos las herramientas para ello».

Estuvo nueve meses en el centro donde construyó «una familia de amigos». El hospital era «una piña», comenta, «un lugar en el que sentí apoyo y aprendí a recuperar la independencia». Una independencia que al principio le parecía  imposible vista desde la silla de ruedas pero que a base de terapia, de cariño y de esfuerzo se fue convirtiendo en alcanzable.

Recuerda los meses en Parapléjicos con nostalgia. «Hicimos buen grupito, entre semana íbamos a cursos en el hospital, los fines de semana teníamos las visitas de la familia pero también aprovechábamos para alguna actividad extra», dice.

Objetivo: Zocodover. Jesús rememora con especial emoción «esos días en los que nos armábamos de valor y salíamos del hospital en la silla de ruedas con el objetivo de llegar al Casco histórico». Era un camino «complicado» pero cada semana avanzaban unos metros más. «Recuerdo cuando llegamos a la Puerta de Bisagra y unos turistas nos ayudaron para conseguir llegar a la plaza de Zocodover». Todo un hito teniendo en cuenta las cuestas toledanas. Nada que ver con el cómodo llano de su pueblo, al que regresó tras nueve meses en Toledo, una ciudad colmada de barreras arquitectónicas propias de la morfología de la ciudad.

Regresó a Cáceres también con una profesión porque en Parapléjicos se afanó en aprender todo lo que pudo. «Empecé a nadar, fui a clases de informática y también hice un curso de reparación de calzado que me dio las herramientas para montar un taller y ser independiente», explica.

En su pueblo empezó a arreglar los zapatos de su familia pero al final tuvo su negocio. «No quería quedarme simplemente con la pensión que recibimos por discapacidad», detalla.

La paternidad. La suya es una vida de retos, cada vez con menos límites, que no le costó alcanzar por su carácter positivo y dicharachero. Ahora que roza los 50 años, sus ganas de seguir adelante le han convertido en padre junto a su mujer y gracias a la ayuda de la Unidad de Sexualidad y Reproducción que lidera el doctor Eduardo Vargas. «Tenemos una niña preciosa. Se llama Camino, un nombre que a mí me dice mucho», subraya.

Desde hace unos días se pasa las horas cambiando pañales, dando biberones y «sonriendo sin parar», dice. Define su historia como algo parecido a un cuento «con final feliz a pesar de las dificultades» y anima a los nuevos pacientes a «pedir ayuda si la necesitan» y a «apoyarse en su gente de siempre y en su gente nueva».

Además, les insta a que «se apunten a todo, hagan deporte, se relacionen con sus compañeros, atiendan a los consejos de los especialistas y que sean activos». Bromea diciendo que «cuando vuelvo a las revisiones anuales al hospital veo a muchos compañeros tomando el sol en la puerta del centro, nosotros no parábamos».