Más Emiliano que presidente Page

C. S. R. / Toledo
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De Bono ha aprendido el dominio de las distancias cortas, el tú a tú a pie de calle. El reto para el nuevo presidente es mantener la cercanía de 'Emiliano' y no convertirse en 'García-Page' para el ciudadano.

El Palacio de Fuensalida, sede del Gobierno regional, cambia de inquilino. El socialista Emiliano García-Page asume la Presidencia de la Junta de Comunidades tras recuperar para el PSOE un bastión histórico y con la intención de retomar otro modo de gobernar esta región. Y es que los socialistas castellano-manchegosfueron siempre más de Castilla-La Mancha que del PSOE o, mejor dicho, que de las directrices marcadas por Ferraz. El propio García-Page así lo expresaba el pasado marzo en una entrevista con La Tribuna: «Yo seré mucho más de Castilla-La Mancha que del PSOE; no en los valores, que no se pueden cambiar, pero sí a la hora de decidir en la lucha de intereses, no tengo la más mínima duda».

No hay que olvidar que la memoria colectiva de esta región comenzó a forjarse gracias a las batallas ganadas contra los Gobiernos de Felipe González, que no supieron medir el rechazo generalizado de la recién creada Castilla-La Mancha hacia iniciativas como el campo de tiro de Cabañeros o a la ahora impensable idea de destrozar las Hoces de Cabriel para construir una autovía. Por primera vez a alguien de Toledo le importaba lo que pasaba en Cuenca, y al revés. En el recuerdo de estas luchas quedan los pulsos de José Bono, entonces presidente de la Junta, con el ministro Josep Borrell y el hecho de que la balanza se terminara inclinado a favor de Castilla-La Mancha, para sorpresa de casi todos. Ajenos a los sentimientos nacionalistas de otros lares, aquí se creó una región a base de demandar para sí el hueco y la voz que ya tenían las llamadas autonomías históricas. Se dejó de ser ‘tierra de nadie’ para ser una comunidad.

En este caldo de cultivo le salieron los dientes políticos a García-Page, primero como concejal en el Ayuntamiento de Toledo -cargo al que accedió con tan solo 18 años- y luego como consejero comodín de José Bono, del que terminó siendo su portavoz gubernamental, un puesto clave en cualquier Gobierno.

De Bono ha aprendido muchas cosas García-Page. Una de ellas es el dominio de las distancias cortas, el tú a tú a pie de calle. Si el expresidente Bono no paró de viajar por los pueblos de la región en sus 20 años de Gobierno y fomentó en estos encuentros el que se le dijera Pepe (no hay tertuliano que se precie que no se refiera a él así), a García-Page se le llama Emiliano en Toledo, ciudad de la que ha sido alcalde los últimos ocho años y en la que ha residido toda su vida.

Dicen que no impone acercase a Emiliano en la calle. Ayuda en esto la desaparición de las barreras de escoltas y asesores que tanto se le criticó a su antecesora, que marcó distancias en los actos oficiales a base de ‘lecheras’ policiales. El reto para el nuevo presidente es mantener la cercanía de ‘Emiliano’ y no convertirse en ‘García-Page’ para el ciudadano. Dice que así lo quiere y así lo reiteró hace unos días en su estreno en las Cortes regionales, donde afirmó que su máxima aspiración tras dejar la Presidencia será poder salir a la calle como hasta ahora y poder mirar a la cara a los ciudadanos. Nada más... y nada menos.

Siempre se habló de García-Page como el sucesor natural del expresidente Bono, por eso el ascenso de José María Barreda a la Presidencia de la Junta tras la marcha del albaceteño al Ministerio de Defensa, si bien era esperada -Barreda era vicepresidente y secretario general del partido-, dejó en el aire el futuro del todavía joven Emiliano.

Durante la etapa Barreda, García-Page estuvo buena parte del tiempo de medio lado. Primero se le apartó del núcleo duro del Gobierno, al relegarle el nuevo presidente al cargo de ‘consejero de relaciones institucionales’, con poco peso en la estructura de la Junta. Y si bien se le recuperó como vicepresidente tras la crisis del incendio de Guadalajara en el verano de 2005 para dirigir la oficina de atención a las víctimas, terminó saliendo del Ejecutivo regional en 2007, con el encargó ganar Toledo, una plaza que siempre había sido difícil para los socialistas. Muchos afirmaron entonces que era una prueba de ‘todo o nada’ que determinaría su futura carrera política.

Sin embargo, con la perspectiva que dan los años, su salida del Gobierno regional en 2007 no le vino nada mal. García-Page no participó en el naufragio del último Gobierno de Barreda, asediado por la caída de CCM, el desastre del proyecto del aeropuerto de Ciudad Real o el incremento exponencial de la deuda con la llegada de la crisis.

Tras el naufragio del PSOE en 2011 en el conjunto del país, García-Page revalidó Toledo, convirtiéndose en uno de los pocos socialistas con poder real. El alcalde ganó por méritos propios peso dentro del partido. Pasó a ser un ‘barón’, lejos ya de tutelas pretéritas y al margen de errores pasados. En estos días fue cuando se dejó querer en Madrid, entrando en las quinielas de posibles candidatos a las primarias a la secretaria federal del partido. Le costó decidir entre seguir en Toledo o cruzar el Tajo, o por lo menos tardó en hacer públicas sus intenciones, pero el año pasado confirmó su deseo de pelear por la Junta. En este tiempo ha tratado de unir al partido y trasladar la idea de ser la única opción posible para sacar a Cospedal del Gobierno. Hasta su lema electoral del pasado mayo jugaba con esta idea: «Vamos a cambiarla».

De la quinta del nuevo rey, como a Felipe VI a García-Page le toca gestionar ahora un nuevo tiempo político. Gobierna con minoría parlamentaria (algo que ya hizo en Toledo la pasada legislatura) y necesitará negociar todos y cada uno de sus proyectos legislativos. Podemos le ha dado su apoyo para ser investido presidente y, a cambio, el PSOE se ha comprometido a cumplir trece puntos de regeneración democrática y de ‘rescate’ social. Puntos «perfectamente asumibles», según el propio Emiliano.

Ya presidente de la Junta, el cambio que anunció para Castilla-La Mancha en la campaña electoral deberá dar su primeros frutos este verano. La apertura de los comedores escolares en vacaciones, la reactivación de los expedientes de dependencia «guardados en el cajón» o la puesta en marcha de un plan de choque contra el paro son promesas que para Emiliano no pueden esperar.