Una vida de Embrujo

J. Monroy | TOLEDO
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Después de 55 años después de la barra, hoy se jubila Adrián Sánchez, el propietario del restaurante el Embrujo, toda una institución en la ciudad y referente del buen trato hostelero

Foto de la familia de El Embrujo. - Foto: David Pérez

jmonroy@diariolatribuna.com

 

J. Monroy | TOLEDO
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La hostelería toledana pierde hoy una de sus sonrisas más sinceras y una sus caras más amables. Cuando este lunes Adrián Sánchez Martín se levante por la mañana, sus clientes, familiares y amigos están convencidos de que acudirá, como cada día a la taberna El Embrujo, que ha sido su vida, su trabajo y hasta su hobby durante la última década. Adrián se jubila hoy después de 55 años tras la barra. Yacostumbrado a trabajar doce horas al día, su propio hijo Raúl está convencido de que acudirá regularmente al establecimiento y, ya desde el otro lado, seguirá aconsejando y advirtiendo a unos y otros la mejor manera de organizar un bar y de servir a los clientes.
La suya ha sido una vida dedicada a la hostelería como profesión y al buen hacer con sus clientes. Adrián comenzó a trabajar de camarero nada menos que con nueve años, en 1958. Lo hizo en Villaverde Alto, donde de muy niño ya servía los desayunos a Eduardo Barreiro, el jefe de la casa de camiones. Hasta 1980 fue evolucionando en la misma empresa, donde llegó a ser encargado y casi uno más de la familia. Era en la cafetería-restaurante Elviro, después conocida como La Campana, donde también se celebraban bodas y celebraciones, e incluso llegó a ser bingo. Sin embargo, durante los últimos años de la década de los setenta comenzó a haber un ambiente entre la clientela que no le gustaba, y Adrián y su mujer Concha se trasladaron a Malpica de Tajo, de donde es ella.
Allí la familia en pleno estuvo trabajando hasta 2004. Él estaba en la barra y ella en la cocina, pero en la Cervecería Adrián también dieron sus primeros pasos los tres hijos de la pareja: Adrián, Raúl y César. Era un local de cien metros cuadrados, con cuarenta mesas de terraza. Allí los clientes ya pudieron saborear parte de los manjares que hoy son la especialidad en El Embrujo, como la oreja de cerdo a la plancha, las mollejas o los callos de ternera.
Pero aquello no dejaba de ser un negocio familiar en un pueblo, y la familia amplió sus horizontes. Mientras su hijo Adrián buscó su lugar por su cuenta, el cabeza de familia, César y Raúl llegaron a Toledo en 2004 con mucha ilusión para abrir El Embrujo. Durante unos meses, mientras el local estaba de obras, Adrián trabajó con José Badillo en El Pasito. Pero en enero de 2005, abrió con su hijo su nuevo establecimiento en Santa Leocadia, desde el que poco a poco fue ganándose la confianza y el cariño de los toledanos.
 
El futuro. En principio, en El Embrujo no tienen nada especial preparado para una fecha como hoy, pero sin duda que según se vayan enterando los clientes habituales, muchos acudirán para felicitar a Adrián por su jubilación y celebrar con él que mañana ya no tendrá que estar detrás de la barra. 
En sólo una década, Adrián se ha convertido en una pequeña institución en una ciudad en la que parece en ocasiones que profesionalidad y simpatía en la hostelería están a veces discutidas. Poco a poco se ha ido ganando a su clientela, y las redes sociales están llenas de buenos comentarios sobre El Embrujo y su trato. No es normal que los establecimientos del Casco estén dispuestos a dar de comer a cualquier hora del día. Pero a Adrián no se le han caído nunca los anillos para encender de nuevo la plancha y ponerse a cocinar cuando estaba a punto de cerrar. Ha sido sobre todo un hostelero de vis a vis, conocedor de su profesión, amigo de sus clientes, de los que se preocupa por la persona cuando lleva un tiempo sin verlos. Muchos son los que acuden a diario a tomar una caña, sí, pero también a conversar un rato con el hostelero.
De él han destacado su honestidad y su buena fe. Y son varias incluso las ONG que llaman regularmente para pedir ayuda al bar, conocedoras de que Adrián ha ayudado sin dudarlo siempre que ha podido echar una mano. El Embrujo continuará su buena labor y su atención amable de la mano de Raúl y de los cuatro empleados que seguirán con la tarea diaria en el establecimiento. Pero todos están convencidos de que Adrián seguirá siendo un habitual en el local.