La dureza de la inmigración

J. L. M. / Talavera
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El actor Juan Diego Botto reivindicó el derecho a la cultura y la necesidad de cuidar el teatro en la representación que ofreció en el Palenque junto a Astrid Jones

Cuando un espectador ve a actores como Juan Diego Botto o Sergio Peris-Mencheta lo primero que le viene a la mente son sus primeros papeles de juventud, aunque hoy en día poco queda de ese chico que protagonizó en 1995 ‘Historias del Kronen’ (Botto) o que apareció en más de doscientos capítulos de ‘Al salir de clase’ (Peris-Mencheta). El primero está a falta de poco más de tres meses para alcanzar la cuarentena, mientras que el segundo entró el mes pasado en el club de los cuarentones. Por tanto, ya puede decirse que son veteranos ante las cámaras, aunque en los últimos años donde más han destacado es en el mundo del teatro. ‘Un trozo invisible de este mundo’ es la última obra en la que han trabajado juntos, con texto de Botto y dirección de Peris-Mencheta.

El público que acudió el sábado por la noche a ver este montaje al Teatro Palenque de Talavera pudo disfrutar de algo más de hora y media de cruda realidad, de una descarnada crítica al poco tacto que tienen los poderes público con el problema de la inmigración, de un contundente grito de súplica para que todo el mundo sea tratado igual, sin tener en cuenta su procedencia y sin valorar a las personas en función de si tienen o no papeles. Todas estas cuestiones quedaron reflejadas en los cinco monólogos en los que está dividida la obra, de los cuales cuatro fueron interpretados por Juan Diego Botto y el quinto por Astrid Jones.

La primera aparición de Botto en el escenario, sobre el que está colocada una cinta transportadora y un montón de maletas, llevaba por título ‘Arquímedes’, un texto en el que el protagonista interpreta a una especie de agente de aduanas que interroga al público de la misma manera en la que interrogaría a un inmigrante que quiere pasar a sus país. En este diálogo con el patio de butacas el actor se permite el lujo de comerse incluso una manzana y de analizar las consecuencias de la crisis económica actual y los motivos de la masiva marcha de habitantes del Tercer Mundo a los países desarrollados. El intérprete da la sensación de mantener muy buena sintonía con los interrogados, pero sus aparentes buenas intenciones se desenmascaran cuando pregunta a una mujer si sabe tararear el himno de su país. Es entonces cuando, con una sonrisa de oreja a oreja, sentencia que lo más adecuado para ser un buen inmigrante es saberse las costumbres del país de acogida.

Argentina. Tras esta entrada el siguiente monólogo -’Locutorio’- muestra a Botto como un inmigrante argentino que habla desde Madrid con su mujer, quien se encuentra en el país sudamericano. La conversación tiene por momentos toques surrealistas por entremezclarse el humor con el drama, aunque al final la tragedia se apodera del relato porque el inmigrante, que ya acumula seis años en España, tiene que pelear todos los días por encontrar un trabajo en la construcción.

Al llegar el ecuador de la función Juan Diego Botto deja el protagonismo del escenario a Astrid Jones, quien se pone en la piel de una inmigrante africana que deja todo para buscar un futuro mejor. Su relato se desarrolla en forma de carta a su hijo, a quien le cuenta su paso por los campos de fresas del sur de España, su llegada a una gran ciudad para servir en casa de una familia potentada y su internamiento en un centro de para extranjeros. En estas instalaciones conoce a otra africana que se encuentra enferma y que finalmente muere por culpa del sida en el hospital. Precisamente, este hecho, basado en un caso real, fue lo que llevó a Botto a escribir ‘Un trozo invisible de este mundo’.

La historia de la inmigrante africana protagonista del monólogo ‘Carta al hijo’ tampoco termina bien, debido a que ella también fallece. Lo mismo le ocurre a Turquito, el referente del cuarto relato, que se basa en un hombre asesinado en la Escuela de Mecánica de la Armada de Buenos Aires, lugar que fue utilizado como centro de tortura por parte de la última dictadura militar argentina.

Por último, un sobrino del propio Turquito es el que centra la última de las historias, en la que un inmigrante -también argentino- cuenta sus idas y venidas por diferentes países para huir de la represión militar y para tratar de ganarse la vida. Tras mucho reflexionar, concluye que lo mejor para un inmigrante es ser un perro callejero, debido a que el animal se convierte en algo que prácticamente no le importa a nadie y que, sobre todo, pasa desapercibido.