Fe hecha arte

J. Guayerbas
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>Un patrimonio desconocido. Las iglesias y conventos regalan por unas horas devoción convertida en arte. Los monumentos del Jueves Santo redescubren el patrimonio artístico que la ciudad atesora desde hace siglos.

La composición carmelitana contó con piezas del siglo XVI, como la jofaina con punzón de platero toledano. - Foto: David Pérez

Toledo es en Semana Santa un museo abierto en cada uno de los templos que ayer evocaron la que según la creencia cristiana fue la última cena de Jesús. La tradición ha legado una rica costumbre que aún hoy se mantiene viva en la mayoría de las iglesias, como las de los monasterios y los conventos que cada tarde-noche de Jueves Santo exponen su patrimonio sacro en los altares efímeros en cuyas arcas o sagrarios se reserva la eucaristía para la adoración de los fieles.

La ruta por el Toledo conventual comenzaba con el ocaso del sol y en los cobertizos. El monumento de los Padres Carmelitas Descalzos destacó por la majestuosidad de una composición rica en historia y en arte. En la última capilla de la nave de la Epístola la comunidad carmelitana dispuso un telón de damasco rojo que desde la cúpula enmarcaba el altar formado con piezas de diferente época y estilo, como la jofaina con punzón de platero toledano datada en el siglo XVI o el sagrario de madera tallada y dorada de mediados del siglo XVIII.

El frontal de altar bordado en seda y oro, junto a dos ángeles del Barroco, así como una peana de orfebrería y dos candelabros de guardabrisas eran algunas de las piezas dispuestas por los Padres Carmelitas en este monumento de Jueves Santo alumbrado por más de veinte cirios y en el que se cuidó al máximo el exorno floral, con cuatro jarras con piñas de clavel blanco y tres centros de rosas rojas.

El más joven de la Comunidad Carmelita, fray Javier, y el vestidor de la Virgen del Carmen, Rodrigo Navarro, fueron los artífices del conjunto que cada año se supera en cuidar los detalles siempre acorde a la liturgia, prueba de ello, los dos candelabros con cera de color rojo sacramental flanqueando el Sagrario.

A unos metros de la plaza de los Padres Carmelitas, la visita continuaba ante el monumento de las Comendadoras de Santiago, con el altar desnudo, como marca el misal romano, y la imaginería velada con telas moradas, mientras que en Santo Domingo el Real la comunidad de dominicas reservó la eucaristía en un arca de carey y plata del siglo XVII, de las más ricas de la ciudad en cuanto a valor artístico.

La parroquia de Santa Leocadia optó por la sencillez y dispuso  el altar en la capilla de la Santa, con motivos eucarísticos como el pan y el vino. El convento aledaño, el de Santo Domingo el Antiguo, sacó de su museo un frontal de altar bordado con trazo renacentista. Un año más el arca de taracea flanqueado por cuatro blandones con cirios blancos presidió la composición.

Las Carmelitas de la Santa Madre Maravillas, en la calle Tendillas, recuperaron cuatro ángeles y numerosos candelabros, al igual que las cistercienses de San Clemente, cuya iglesia es una de las grandes desconocidas de la ciudad.

Por último, el cabildo de la Catedral Primada ideó un sencillo y elegante altar en la capilla de San Pedro. La reserva en el arca de plata se dispuso sobre la mesa de altar en la que descansa el beato cardenal Ciriaco Sancha y Hervás. Un telón de terciopelo rojo y galones dorados, con un repostero central y el escudo de alguno de los cardenales toledanos, cerraban este montaje en el que primó la mesura.