Muñoz Molina: «Las posibilidades de lo real son tan grandes que la fantasía me parece una tontería»

R. Pérez Barredo / burgos
-

Muñoz Molina: «Las posibilidades de lo real son tan grandes que la fantasía me parece una tontería»

Intelectual de referencia, autor moral y uno de los grandes novelistas contemporáneos, Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) presentó en Toledo su última novela, Como la sombra que se va (Seix Barral), donde narra la huida del asesino de Luther King a la vez que explora en su intimidad.

Regresa a Lisboa muchos años después de su primera visita, que resultó esencial para terminar la novela que le procuró prestigio y fama, y se da cuenta de que ahí tiene otra novela. ¿Una historia surge de manera tan irracional?

Una historia siempre surge así. En el corazón de una novela, en el arranque, siempre hay una iluminación de ese tipo, una ocurrencia, una rareza.Es más: cuando empiezas a proyectar una novela de manera racional no sueles llegar muy lejos. En ese aspecto la novela se parece a la poesía, que tiene un arranque caprichoso.

Pese a que es el relato central, da la impresión de que la historia de Earl Ray es secundaria. Que es usted el protagonista de principio a fin. Que es la novela de la vida de un novelista y del novelista que expone su proceso creativo.

Es una cosa que depende mucho del lector. La novela tiene una estructura muy abierta. Hay, como dices, muchas cosas, mucha gente, un par de hilos fundamentales... Pero creo que depende mucho de la propia percepción del lector.Para mí las dos cosas sin igualmente importantes y la una no tiene pleno sentido sin la otra.

Earl Ray y usted comparten algo: salvando las distancias, ambos están huyendo.

Sí, hay una huida metafórica y otra policial. Entre una y otra hay una gran diferencia. Lo que hay es algo en lo que cualquiera se puede reconocer: la sensación de extrañamiento que tenemos las personas a veces por diversos motivos; la sensación de que somos huéspedes de nuestra propia vida, que somos extranjeros en el mundo, en las circunstancias que nos ha tocado vivir. Es muy raro que haya un ajuste pleno entre una persona y sus sentimientos más íntimos y las condiciones de su propia vida. Siempre hay como un filo de extrañamiento que puede agrandarse o disminuir. Y por eso yo creo que es fácil que surja una empatía inmediata y completamente irracional hacia cualquiera que parece que está huyendo o está perdido, porque en el fondo es algo que forma parte muy íntimamente de la condición humana.

Metiéndose en la piel del asesino de Luther King ¿llega a sentir compasión por él?

Sí, yo creo que todo el mundo merece compasión. Compasión no quiere decir tolerancia. Si tú te ves a ti mismo o piensas en alguna persona que quieres viviendo en esas circunstancias o ante ese horizonte tan hostil ¿quién no va a sentir compasión? Es algo comprensible.

¿Cuánto hay de expiación, de redención personal en esta obra?

Hay un examen de conciencia, un reconocimiento cuidadoso de los propios errores, o más que los errores, de esa mirada hacia esa dificultad que muchas veces tenemos las personas para ver lo que realmente tenemos delante de nosotros, para hacernos responsables de nuestros propios actos. Hay, desde luego, una necesidad (que fue surgiendo mientras escribía el libro) de claridad, de hacer cuentas, de mirar lo que uno ha sido. ¿Quién no siente remordimientos cuando ha actuado sin consideración, atolondradamente, y otras personas han pagado el precio?

Se desnuda con abrumadora honestidad. ¿Le atormentó hacerlo? ¿Se sintió luego liberado?

Fue un proceso muy gradual. No tenía previsto ser tan confesional ni tan concreto. Iba llegando y era como dar un paso hacia adentro. Había incertidumbre pero había también en mí la conciencia de que, para que el libro fuera lo mejor posible, tenía que haber una integridad personal en el relato. Hacer un autorretrato honrado, no idealizado.

Esa mirada al pasado, esa proyección de hace de usted mismo puede parecer cruel, dura. Sin embargo, también destila piedad.

La palabra piedad está bien. No tiene buena prensa. Pero las personas necesitamos piedad. Hay una parte de nosotros que es tan frágil, tan insuficiente... La vida es cortísima y tienes que aprender muchas cosas. Hay una precariedad muy grande en todo lo que uno es.

Entrevera ficción y realidad, pero deja claros los límites...

Necesitamos información fehaciente sobre la realidad; saber cuál es el estatuto de las cosas que nos están contando. En una novela hay muchos elementos de ficción y muchos de realidad mezclados, manipulados. Es el reino de la libertad. Pero cuando cuentas no ficción, ahí no hay bromas.

Afirma que la imaginación no se alimenta de lo inventado, sino de lo sucedido.

Eso es algo antiguo. Parece que hay cosas de ahora que son nuevas, originales, pero no es verdad. Muchos autores han hecho pasar la ficción por no ficción.El Lazarillo de Tormes está presentado no como una ficción sino como un relato verdadero. O Robinson Crusoe, que cuando se publicó se hizo pasar por un relato de no ficción. Lo que tenemos que ser conscientes es de que la narración de lo no real bien contada puede tener una fuerza narrativa, de fábula, que puede ser superior a la de la invención. La pura invención no existe. La fantasía no sólo no me gusta sino que me produce rechazo.Las posibilidades maravillosas de lo real son tan grandes que la fantasía me parece una tontería.

¿Las armas de la ficción sirven para explicar mejor la realidad?

A veces sí. El escritor tiene que saber en qué momento lo que tiene que contar es mejor con la forma de ficción que de no ficción. Por ejemplo, yo escribí un libro de no ficción que es Ardor guerrero, un relato de mi experiencia militar. Pues bien, yo me di cuenta que para contar esa experiencia no podía intervenir en ella la ficción.

Uno de los trasfondos de la obra es el movimiento de los derechos civiles en EEUU. La crisis ha arrasado con muchos derechos en nuestro país. ¿Cómo ve la nueva realidad social y política?

Con curiosidad, interés y, a veces, con alarma. Una cosa que me atrajo del movimiento de los derechos civiles es que es un movimiento no violento, profundamente democrático (que se basa en aprovechar cada una de las posibilidades que ofrecen las leyes) y que al mismo tiempo se basa en la movilización para cambiarlas. Cuando veo que se quiere hacer como tabla rasa de las cosas... Hay que saber qué se quiere cambiar. Y cómo. Por eso aquel movimiento siempre me pareció ejemplar, porque además combinaba muy bien la ambición de cambio sustancial de la sociedad y las relaciones humanas en el sentido de la igualdad y la justicia, y una capacidad muy alta de proponerse siempre objetivos muy concretos. La política tiene que ser lo más concreta posible.

¿Cree que España está al borde de algo radicalmente nuevo?

No lo sé. Pero espero que no. Espero que las cosas buenas que hemos conquistado en mucho tiempo, algunas de las cuales estamos a punto de perder, no se pierdan. Por supuesto que hay cosas que mejorar y que cambiar, pero tenemos que tener muy claro qué es lo que funciona y lo que no.

¿La distancia de residir en Nueva York le permite un análisis menos contaminado?

Tener la experiencia cotidiana de otra cultura es útil sobre todo para comparar cosas y ponerlas en su sitio. A mí me ha servido mucho para valorar las cosas que tenemos en España y que a veces no apreciamos o no agradecemos, quizás porque aquí no se ha creado una cultura democrática de la responsabilidad. Se ha preferido cultivar una cultura del clientelismo, de la dependencia. El aprecio por esos valores democráticos y de justicia social europeos son mucho más fuertes en mí porque paso una parte de mi vida donde no existen, donde algo que para nosotros es natural y se da por supuesto, como la sanidad universal, sería casi imposible de lograr en EEUU.

Denuncia que en España se abomina de la intelectualidad y el conocimiento. ¿Tanto miedo da?

Es un país que ha estado muy dominado por clases dirigentes brutales. Grupos que necesitaban, como elemento de su dominación, la ignorancia y la subordinación de la ciudadanía. Parásitos, una Iglesia católica intolerante... El conocimiento y el mérito no han sido casi nunca valorados. Y eso es algo de suicidas, por es lo que permite que un país pueda desarrollarse.