Guerrero abre las puertas de Malagón

J. Guayerbas
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El último lienzo, la última pincelada, su paleta y sus pinceles, son solo algunos de los recuerdos que el hijo de Cecilio Mariano Guerrero Malagón guarda en lo más íntimo de su casa-estudio. El artista regresa hoy a los museos de la mano del Greco.

Toda una vida ligada al arte. Mariano Guerrero Corrales comparte con La Tribuna la vida y obra de su padre, Cecilio Mariano Guerrero Malagón. - Foto: Yolanda Lancha

Si en Toledo hay un pintor después del Greco ese ha sido y es Cecilio Mariano Guerrero Malagón. La obra del artista de Urda regresa 16 años después a los museos, y lo hace al del Greco, al mismo espacio en el que pasó horas admirando los lienzos de Doménikos, copiando sus pinceladas y aprendiendo del griego, con quien de alguna manera comparte historia. La de un artista reconocido en el extranjero antes que en su tierra.

En la casa-estudio de San Bartolomé todo son recuerdos. Su hijo Mariano Guerrero Corrales abre a La Tribuna las puertas de este museo íntimo y familiar en el que el mismo sol que iluminaba los lienzos y las tablas del maestro urdeño se cuela por las ventanas desde el Valle para ser testigo de las vivencias y las anécdotas de la vida del artista.

«Mi padre pasó mucho, no fue fácil, en el pueblo era un niño, un joven pastor que tuvo una oportunidad. Trabajó duro y le llegó el reconocimiento, aunque pudo ser mayor, pero amaba tanto Toledo que no quiso abandonar la ciudad para crecer en el extranjero». Estas son las palabras de un hijo emocionado que hoy escribirá un nuevo capítulo en la historia familiar cuando se reencuentre con  los tres lienzos que ha cedido al museo del Paseo del Tránsito para la iniciativa ‘...en la estela del Greco’.

Mariano Guerrero Corrales recuerda a su padre con la última paleta que utilizó.Mariano Guerrero Corrales recuerda a su padre con la última paleta que utilizó. - Foto: Yolanda Lancha

De la mano de su padre conoció a los personajes de una sociedad toledana erudita en decadencia. La misma que Guerrero Malagón pintaba en sus telas, prueba de ello es ‘La noche de los tiempos’ que esbozó y pintó en el taller que tuvo en la Diputación Provincial. «Aquí mi padre saca de sus tumbas a los cardenales que ven aterrorizados en lo que se ha convertido Toledo, la ciudad que conocieron en su máximo esplendor», explica Mariano mientras recorre la sala de verano en la que el pinto urdeño dejó su última pincelada y su último lienzo.

En el caballete reposa un cuadro que no terminó. La custodia de Enrique de Arfe sale de la Catedral Primada. El público se arremolina en la Puerta Llana y se intuyen los primeros trazos de la cruz del cardenal Mendoza. «Así lo dejó y no lo he tocado, bueno sí, este Corpus se lo presté a un conocido para un escaparate de la calle Trinidad, ahí en San Marcos», señala Mariano.

La ciudad desde diferentes perspectivas. Fachadas y patios con escenas costumbristas. Monumentos, cardenales y sacerdotes. Alegorías y críticas a través de una paleta cromática similar a la del Greco. Los lienzos y las tablas se suceden junto a objetos personales del artista. En una vitrina, Mariano guarda un cascabel, el mismo que su abuela ataba con un hilo al pequeño Guerrero Malagón para no perderle en el campo, en las labores de labranza. «Es curioso verdad, todo son recuerdos», afirma el otro artista de la familia, el hijo tallista que aprendió de su padre la honestidad y la sencillez.

Catálogos de exposiciones, pasaportes para los viajes al extranjero, fotografías, recortes de prensa, correspondencia postal con amigos y clientes... la casa-taller de Guerrero Malagón es un museo vivo en el que permanecen su paleta y sus pinceles, su música y sus libros.

Cuando Mariano dice que la de su padre no fue una vida fácil le asaltan las anécdotas de aquellos años. «Tu sabes que nos echaron de San Lucas, allí tenía el estudio y una mañana nos echaron, él estaba en Francia y me tocó con su cuñado recoger los lienzos y llevarlos a nuestra casa de Cristo de la Guía», comenta el hijo del artista al que no se le olvida cómo enrolló ‘Los pescadores del Tajo’. «Me había explicado que con la pintura hacia el suelo protegida con unos papeles debía echar agua para mantener la humedad, creo que nos pasamos y por eso el lienzo está hoy como está», lamenta de aquella salida de urgencia del primer taller en el que Guerrero Malagón se estableció en Toledo.

Exposición en Pittsburgh. Francis Bacon, Joan Miró, Georges Braque, Henri Matisse, Antoni Tàpies o Hermenegildo Anglasa Camarassa comparten con Guerrero Malagón una historia, la de exponer juntos en la muestra internacional de pintura organizada en el Carnegie Institute de Pittsburgh del 19 de octubre al 21 de diciembre de 1950. Este hecho, del que Mariano conserva un catálogo, demuestra que la pintura del ‘pastorcito de Urda’ no fue a más por amor. El que el artista sentía por su ciudad, Toledo.