Dinastías centenarias

Carlos Cuesta (SPC)
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Pocas empresas conocen el secreto para superar el paso del tiempo en el tablero industrial. La clave del éxito está en el relevo generacional

 
Si algo nos ha dejado claro la crisis es que la supervivencia de las empresas es casi tan difícil como su mantenimiento en el día a día. Las opiniones son libres, pero la realidad es tozuda y, en este escenario, alrededor del 70% de las sociedades de origen familiar no supera el primer relevo generacional y tan solo el 15% es capaz de sobrevivir al segundo. Así, el 65% del tejido industrial está integrado por firmas de nueva creación, las de segunda representan el 25% del total, mientras que las de tercera y cuarta suponen el 9% y el 1%, respectivamente.
En España, los negocios unipersonales representan el 85% del total con 1,1 millones de sociedades privadas que aportan 262.000 millones de euros al PIB y generan unos siete millones de empleos, es decir, el 70%.
En este contexto, la sucesión, ese momento clave que antes o después les llega a todas las dinastías empresariales, es definitivo para determinar el futuro de unos valores de gestión y gobierno transmitidos de padres a hijos que llevan aparejados la visión y la identidad de un proyecto. La salida del patrón de mando puede afectar tanto al destino de la sociedad como a los empleados y aquellos terceros que están relacionados directamente.
El hecho de pasar el poder a otro miembro del clan familiar no siempre es sencillo y requiere de una planificación adecuada para que el proceso se realice con normalidad y no trunque el éxito de su pasado. Es frecuente que esta operación no se realice de la mejor forma y surjan disputas y conflictos que pueden llevar al precipicio del fracaso a la compañía.
Durante la última década han existido enfrentamientos judiciales de grupos centenarios como Gullón que mantuvo cinco años de desavenencias, hasta el 2015, por el control del accionariado. 
Freixenet, presidida por tres familias, está inmersa actualmente en un complicado proceso de división ante una oferta de compra por parte del grupo alemán Henkell. Otra firma catalana que por motivos familiares también ha vivido un calvario es Lladró y aunque hoy sotienen que han firmado la paz, lo cierto es que ya ha perdido un tercio de la plantilla y sus resultados económicos se alejan de los que tenían antes de la crisis.
Uno de los grupos más representativos que ha llenado páginas sobre sus diferencias familiares ha sido también Eulen, propietario de marcas como Bodegas Vega Sicilia o Carnes del Esla. Su fundador, David Álvarez, fallecido en 2015 a los 88 años, intentó poner estabilidad desde 2009 entre sus siete hijos, pero la división era demasiado profunda y todo apunta, que en los próximos años, con el reparto de la herencia, habrá cambios importantes en esta sociedad.
 
Desafíos. Las empresas privadas se enfrentan a lo largo de su ciclo de vida a grandes desafíos, tanto en el ámbito familiar como en el entorno empresarial, que es preciso abordar con garantías para asegurar su continuidad en el tiempo. A veces, una retirada a tiempo del gerente es una gran victoria. Es fundamental entender que el relevo generacional es un acontecimiento natural y que recurrir a expertos, en esta complicada situación, no es un síntoma de debilidad sino de fortaleza.
La mayoría de las empresas españolas no llegan a los 15 años de vida. Sin embargo, existe un grupo de marcas legendarias que sobreviven a todas las adversidades. Son las compañías más longevas, aquellas que ponen a la organización por encima del resto de intereses. 
Esta es la clave de Codorniú, regentada por la familia Raventós. Mar Raventós, que ahora se encarga de la gestión, es consciente de que lo principal es fomentar el orgullo de pertenencia a la firma y, por ese motivo, cada vez que nace un miembro nuevo en la dinastía, la empresa se encarga de bautizarlo con una cucharada de cava como signo de distinción y para que entienda que es parte de un clan que ha sido capaz de sobrevivir 465 años, desde 1551 que existen documentos que confirman que la familia ya poseía barricas y prensas, aunque hasta 1872 Josép Raventós i Fatjó no produjo las primeras botellas de un vino espumoso de calidad y con identidad propia con el método que aprendió en su visita a la comarca francesa de Champagne.